Con esta frase, bromeo muchas veces en las sesiones de terapia. Y es que me encuentro con que con frecuencia, se nos olvida, también a mí.
Y se nos olvida porque el mundo, el sistema social en que vivimos, no se enfoca en esta dirección, más bien al contrario. Y sin darnos cuenta, entramos en una rueda, o en una espiral, que sanciona o castiga comportamientos humanamente necesarios, y que premia y ensalza otros que no lo son.
Así, podemos comenzar a aspirar y a exigirnos cosas que están fuera de nuestras humanas posibilidades.
Durante mucho tiempo, me he esforzado (y lo sigo haciendo) por hacer las cosas lo mejor posible. Pero en el fondo, reconozco que lo que quería no era exactamente eso, sino que fueran perfectas. Aunque intelectualmente puedo procesar y entender que la perfección no existe, en mi fuero interno, una parte de mí mucho menos racional, me empujaba a intentarlo. Si escribo, que sea perfecto, cuando hago una tortilla de patatas, la quiero perfecta, si organizo un viaje, que salga perfecto, una entrevista de trabajo, perfecta. Tan lejos como ayer, tratando de escribir un texto perfecto, se me quemó lo que estaba cociendo en la cazuela. Confirmado, no soy perfecta. Y nunca lo voy a ser. Porque soy humana, y los seres humanos somos seres imperfectos.
“Me da rabia ser tan dependiente emocional, querría no depender de nadie”, me dice un paciente. Ya se le ha olvidado, como a mí, nuestra hipótesis inicial. Y allí volvemos: los seres humanos somos seres emocionalmente dependientes de nuestros vínculos. Está en nuestro ADN, no vamos a poder luchar contra eso, conservando la salud. Podemos trabajar en ello para no estar vendidos o excesivamente a merced de otras personas, y sin embargo, los vínculos, los afectos y las relaciones siempre nos van a influir, y eso está bien y es lo sano. Ahora que está tan de moda esto de no caer en la dependencia emocional, me parece que tratamos de fomentar una autonomía afectiva que no es real ni acorde a nuestra especie. La cuestión es qué hacemos, qué podemos hacer, para relacionarnos y vincularnos de una manera lo más sana posible, sabiendo que dependemos de nuestros vínculos.
“Yo quiero alcanzar la estabilidad”, es un deseo común y válido. Sin embargo, para alcanzarlo, necesitamos recordarnos que la estabilidad no dura eternamente, más bien “lo único permanente es el cambio”. Nos encontraremos estables, quizás, por un tiempo, antes de que algo vuelva a desajustarse y reclame nuestra atención para hacer los ajustes pertinentes. La vida es inestabilidad, y como seres vivos, los seres humanos somos inestables. Como nos resulta muy difícil vivir en la incertidumbre, montamos todo un engranaje que nos ayude a tener la sensación de estabilidad. Sin embargo, basta un pequeño movimiento de un virus inesperado, para poner el planeta patas arriba y que lo que parecía estable, demuestre no serlo, como hemos visto ya. Entonces, más bien, la cuestión es cómo afrontar la inestabilidad, cómo aceptar lo cambiante de la vida, cómo aprender a mantenernos a flote sobre una tabla en medio del mar. Porque la vida se parece más a eso que a navegar por un lago. Para mantenernos a flote en el mar, debemos saber que el mar cambia, que tiene días tranquilos y días muy agitados, y que lo que sirve en una situación no es útil en otra, que lo que es posible unas veces, otras veces no lo es. Así es la vida y así somos. Que lo que quise y deseé con todas mis fuerzas a los 20 años, puede no coincidir con lo que deseo ahora. La vida requiere ajustes constantes. Las personas necesitamos ajustes constantes, las relaciones requieren ajustes constantes. Aspirar a una estabilidad total, es aspirar a la muerte.
Esta inestabilidad me lleva a recordarnos también otra característica humana, y es que somos seres cambiantes. Los seres humanos evolucionamos, aprendemos, crecemos. Nuestra capacidad de aprender es inmensa. Y esto me llena de esperanza y de confianza en que podemos estar mejor, aprender habilidades y maneras de estar en el mundo que nos sean más útiles y nos lleven hacia el bienestar. Así cuando alguien dice “ es que yo soy así, no puedo cambiar o no voy a cambiar”, está asimilándose a una piedra, y está olvidando que como ser vivo, evoluciona cada día para seguir viviendo. Me encanta recordarnos nuestro potencial.
Esta idea me lleva también a otra, y es que diría que en general, además de hábiles, los seres humanos somos torpes. Aprendemos, sí, pero nos cuesta. Las cosas casi nunca nos salen bien a la primera. Frustrarnos, como decíamos antes, con exigencias sobrehumanas, es tremendamente injusto. Aceptar que somos torpes, en el sentido de que necesitaremos tiempo y práctica para aprender, puede darnos paciencia y rebajar nuestra autoexigencia, a niveles más humanos, y más realistas.
La mezcla de esa autoexigencia, y de la supuesta autosuficiencia que tanto se nos invita a alcanzar, es peligrosa, porque puede hacernos olvidar otra característica profundamente humana, y es que como seres vivos, los seres humanos somos vulnerables. Y en general, solemos llevarnos mal con nuestra vulnerabilidad. Nos gusta sentirnos fuertes, capaces, hábiles, y en esos momentos de la vida en que habitamos estados de vulnerabilidad, solemos enfadarnos, frustrarnos… Es común que nos cueste mucho pedir ayuda, es común que nos sea difícil aceptarla, parece que es algo con lo que muchas personas podemos sentir incomodidad, inadecuación, vergüenza, culpa… Ojalá podamos integrar, yo también, que somos vulnerables, que necesitamos ayuda y la vamos a necesitar. Que las personas necesitamos cuidar y ser cuidadas , y que no hay nada deshonroso ni avergonzante, ni culpable, ni inadecuado, en no poder con todo nosotras solas. Que no poder con todo, es exactamente, lo normal, lo humano.
Así que, ojalá te recuerdes de vez en cuando que eres un ser humano, que te pasan cosas humanas, y que trabajar por mejorarlas no es lo mismo que aspirar a ser máquinas, o superhéroes, o seres fantásticos, imaginarios, y no reales. Ojalá podamos reconciliarnos con estas (y otras muchas) características humanas, que nos permitan ser como somos, y aceptarnos con todo, lo más posible. Porque, aunque solo sea una hipótesis inicial pendiente de confirmación, apuesto a que es cierto, y entonces aprovecho para recordarte (y recordarme) que eres, y yo soy, un ser humano.







