Quiero adentrarme en este texto invitándote a partir de una idea inicial: vivir no es fácil. La vida, que puede estar compuesta de momentos bonitos, agradables, brillantes, vibrantes, emocionantes y estimulantes, también lo estará, seguro, de momentos difíciles, duros, desconcertantes, inesperados, complejos, tristes. La vida tiene momentos más fáciles y más difíciles, para todos los seres vivos.
Así, estoy segura de que también tú, que me lees, has pasado, pasas y/o pasarás momentos bastante difíciles. Algunos de ellos generan rabia, impotencia, tristeza… otros, miedo. Resulta medianamente fácil empatizar con alguien que nos cuenta una situación sufriente que está atravesando, ya que es una situación que nos resulta, de alguna manera, conocida.
Las personas tendemos a pedir consejo, opinión a las personas de nuestro entorno, que suelen tener intención de ayudarnos. Sin embargo, es bastante frecuente que sean criticadas o cuestionadas nuestras intenciones de abandonar una situación. Es habitual escuchar frases como “Me iría de aquí, pero claro, eso sería una huida” “¿De verdad estás pensando abandonar?” “¿Eso no es huir?” “No puedes dejar que esta situación pueda contigo, debes enfrentarte a ella”. Enfrentarse, ser capaz, ser fuerte, ser valiente, afrontar, resistir… son palabras muy cargadas de peso simbólico y también literal, como de cierta inmovilidad y rigidez.
Ahora imaginemos una persona que se encuentra contenta, a gusto, en un buen momento de su vida, en su trabajo, etc. Y que, incluso con este relativo bienestar, se plantea hacer un movimiento de cambio. Aunque no sea comprendido por todo el mundo, puede que se cruce con valoraciones que incluyan palabras como valentía, emprendimiento, crecer, progresar, prosperar, inconformismo, cambio, evolución, mejora, avance…
No puedo dejar de preguntarme. ¿Cómo hemos llegado a la conclusión de que tiene más valor y más sentido irme de un lugar/trabajo/relación en la que estoy bien, que de uno en el que no lo estoy? En resumen, si aquí estoy bien me puedo ir, pero si estoy mal debería quedarme y afrontar.
¿En qué momento hemos elaborado que “huir es de cobardes” y “emprender y arriesgar es de valientes”? Porque entonces, ¿Si estando bien decido irme, soy valiente, pero si estando mal decido irme, soy cobarde?
Esto me molesta mucho. Hoy quiero reivindicar nuestro derecho a huir. Porque hace falta mucha fuerza para salir corriendo, mucha valentía para poner límites y decir hasta aquí, mucha sensatez para saber que es el momento de salir de una situación, mucho valor para atrevernos a dejar lo conocido y mover hacia otro lugar, mucho autorrespeto para decidir no afrontar situaciones que quizás, no tengamos ninguna obligación de afrontar o de seguir sosteniendo. Hoy reivindico el valor de huir, de abandonar, de acabar, de decidir no afrontar. A veces, muchas veces, huir es la opción más inteligente, la más sana, la más respetuosa con nosotras mismas, la que entraña valentía y flexibilidad. Huir es un derecho, y enfrentar es una opción, no una obligación. Todas las opciones son válidas. Menospreciar una de ellas, ridiculizarla, denostarla, nos resta posibilidades.
Os invito a que cuidemos cómo miramos nuestros movimientos de huida y alejamiento de la amenaza, el peligro y el malestar. Y de las personas de nuestro entorno. Cómo nombramos, validando o invalidando las opciones ante las dificultades. Por eso, si en algún momento supiste salir de una situación en la que no estabas a gusto, enhorabuena. Ojalá más personas lo hicieran antes. Ojalá en nuestra próxima situación difícil, podamos recordarnos que podremos elegir si estamos dispuestas a afrontar o no, y que huir, es una opción tan válida como la otra.







