Con mucha frecuencia escucho en terapia comentarios, acompañados de malestar, de este tipo: “jo, tenía muchas cosas que hacer y al final no he hecho nada”, “ayer, entre unas cosas y otras, no hice nada”, “se me ha ido el fin de semana sin hacer nada”.
Y es que tenemos muy interiorizada la idea de hacer. Hacer, hacer, hacer más, seguir haciendo. Vivimos, como ya sabemos, en un mundo acelerado y exigente, en el que el éxito parece apoyarse mucho en las cosas que “hacemos”. Profesionalmente, nos enfocarnos en trabajar, estudiar, ascender, crecer, emprender, avanzar, resolver, gestionar… miles de verbos que indican acciones contundentes. Personalmente, hablamos de disfrutar, viajar, salir, aprender, crear, explorar, visitar, ver, fotografiar incluso… De nuevo, acciones cargadas de movimiento.
Parece que la vida consiste en hacer. Incluso diría que en hacer rápido. Y esto alimenta el malestar que podemos sentir en ese “no hacer”. Como si no hacer fuera perder el tiempo, un tiempo valioso que no debemos desperdiciar. Hay que tener planes, actuar, planificar.
Hoy quiero detenerme, contigo que me estás leyendo en este instante, en el verbo PARAR. Porque efectivamente, parar es un verbo, es una acción. Y creo, aunque no lo parezca, que es también una acción muy contundente, y que está llena de movimiento.
¿A qué nos referimos cuando decimos no hacer nada? Creo que “HACER NADA” es humanamente imposible, de verdad. Llamamos hacer nada a acciones como descansar, dormir, enlentecer, pensar, recordar, reflexionar, soltar, sentir, meditar, ver, escuchar, oler, fluir, reposar, digerir, respirar, ESTAR.
El ritmo frenético que solemos llevar, sirve para muchas cosas, por supuesto que sí, tiene sus ventajas que no quiero negar. Aunque también nos impide otras muchas, que solo pueden suceder en el parar. La velocidad,( yo diría excesiva), a la que todo sucede y cambia, no termina de parecerme sana para nuestros organismos. Y casi todo está diseñado para la prisa y la inmediatez. Ya no es necesario invertir tiempo en procesos como salir a comprar, cocinar, que suponen, entre otras, la práctica de esperar. Cada vez más, sin esperar, podemos tenerlo todo, en un click, casi al instante. Sin embargo, el ritmo del organismo es otro. En el momento en que nos comemos una pieza de fruta, no es el momento en que estamos absorbiendo sus nutrientes. Esto sucede después, hay que esperar una digestión, tomarse un tiempo para metabolizar y, ahí sí, nos nutrimos. El cuerpo tiene sus tiempos, también así nuestros procesos mentales y emocionales. No diría yo que hacer la digestión, es lo mismo que hacer nada. ¡Ni mucho menos!
Por eso creo que parar está lleno de acción. Implica, muscularmente, bajar el ritmo y la tensión, respirar de otra manera, ampliar nuestros sentidos internos. Parar nos permite descansar, reponer fuerzas, cargar pilas. Descansar nos pone en un estado distinto. Esto, que puede parecer nimio, es funcional y productivo. Así como, si no dormimos enfermamos, en situaciones de cansancio/agotamiento tampoco podemos funcionar bien.
Descansar, parar, nos permite pensar con más claridad, aumentar nuestra creatividad y tomar mejores decisiones. Repone nuestras fuerzas y nos permite actuar con mayor resistencia.
También, para observar, es necesario parar. ¿Podemos quedarnos con detalles cercanos a las vías del tren, cuando viajamos en un tren a alta velocidad? A mucha velocidad nos perdemos innumerables detalles, ¡Que ni siquiera sabemos que nos los estamos perdiendo! Detenernos a mirar a nuestro alrededor, nos permite afinar en nuestras percepciones. De la realidad que sucede a nuestro alrededor, y también en nuestro interior. Observar nos da mucha información que de nuevo, es muy útil. De modo que ese parar, puede estar lleno de sentido.
Parar permite que podamos escucharnos. Ahí, en ese silencio de movimientos, podemos darnos cuenta de las cosas que se mueven, a veces muy sutilmente, en nuestro interior. A veces son emociones que están presentes de una forma suave, o como sorda. Otras veces, pueden surgir anhelos, deseos, ganas de cosas, necesidades, que pueden perfectamente pasar desapercibidas… Necesitamos parar para ver cómo estamos. Del mismo modo en que paramos para hacer la revisión al coche, detenernos a preguntarnos cómo estamos (y escuchar la respuesta, nada fácil a veces), nos permitirá seguir.
A veces me imagino las acciones del día a día como las notas negras en un pentagrama. Son visibles, llevan su ritmo, marcan la melodía con sus altibajos y variaciones. Y entonces, me imagino que parar, es el pentagrama mismo, lo blanco, los silencios, el espacio entre las negras. De hecho, aquello en lo que se apoyan las negras. El fondo sin el cual, no hay melodía. El espacio necesario entre las acciones, para que éstas puedan darse, y tengan sentido. Hacer y Parar. La música. Y la Vida.