El amor en tiempos de juicio

Al etiquetarlo todo como positivo o negativo perdemos la oportunidad de establecer conexiones más profundas, tanto con otras personas como con nosotros mismos.

¿Qué es el amor? Si alguien tiene una respuesta sencilla, concisa, y que le parezca válida ante esa pregunta, por favor, que me escriba. En general – y hoy especialmente – cuando escuchamos o hablamos del “amor”, pensamos en dos personas enamoradas, en relación, con un posible proyecto de vida común. Para hablar de esto preciso mencionar el “amor romántico”, y su idealización durante décadas o incluso siglos, seguida ahora, a mi parecer, de una sobrecompensación más que interesante hacia el otro extremo.

El amor romántico idealizado y exaltado tanto en el cine como en la música tomó gran fuerza durante el siglo XX, y hoy día aún se aprecia gran influencia no sólo en la cultura audiovisual, sino en el conjunto de valores, ideales y creencias, sea como referencia de “lo que debe de ser” o “lo que evitar a toda costa”. Con esto me refiero al retratamiento del amor como “almas gemelas o medias naranjas”, algo idealizado y repleto de pasiones inquebrantables, incuestionables; capaz de superar cualquier obstáculo o ser lo único esencial para sentir plenitud y felicidad. Todo esto alimentado por el cine, la música y la literatura, sientan unas expectativas irreales basadas en narrativas ficticias y sin ápice de realismo, con todos los riesgos que ello implica. La expectativa de encontrar alguien que piense como yo, que nos entendamos en todo, que nos encante todo el uno del otro. Alguien que me haga sentir completo, con quien estar siempre y con quien contar para todo.

Además, encontramos un claro sesgo hacia lo normativo o común en su representación; sea la heterosexualidad en cuanto a la orientación sexual como la monogamia como modelo relacional; en el que se obvian multitud de experiencias o modos de experimentar el amor o relacionarse. Es evidente que, conforme se visibilizan y concretan más y más “realidades posibles”, más complejo se vuelve el tema y su comprensión. Pese a que este “hilar fino” trae multitud de posibilidades a ser tenidas en cuenta, y posibilita nombrarlas, también trae el riesgo de perderse en terminología de algo que ya de por sí era bastante inaprensible.

La lástima es cómo todo se entreteje de manera que cualquier experiencia pueda cuestionarse, invalidarse o juzgarse de alguna manera: si luchas por una relación, no tienes límites ni te quieres a ti misma; pero si no luchas, es que tienes miedo a la intimidad. Ser celoso está mal, pero si no quieres solo para ti a tu pareja es que no estás enamorado realmente, o no la quieres tanto. La monogamia es un constructo social (al igual que lo es el poliamor, por cierto), pero si estás con varias personas sólo consumes cuerpos. Esta serie de afirmaciones, por supuesto, seguido de un larguísimo etcétera…

Es curioso cómo se va dando todo. Parece que la sobreabundancia de información y consejos rápidos, junto con toda la terminología en inglés – cómo no – nos hemos perdido en juzgar lo adecuado o inadecuado de cada experiencia de conocer a alguien en ese plano. De esta manera, se menoscaba la capacidad de cada persona de valorar lo que es realmente importante en una relación para ella, o de reconocer las propias señales acerca de nuestro estado emocional, y qué puede ser nutritivo y qué no.

Parece que dentro de ese torbellino de consejos rápidos sobre qué nos conviene y qué evitar a toda costa, se pierde de vista tanto lo genuino y único de cada experiencia particular, como el valor de la vulnerabilidad y la paciencia, dentro de la prisa de etiquetarlo todo como positivo o negativo perdemos la oportunidad de establecer conexiones más profundas, tanto con otras personas como con nosotros mismos. ¿Cómo voy a pararme a descifrar lo que siento, lo que me conmueve o tiene algún impacto sobre mí, si desde el primer momento tengo una representación sobre-simplificada de lo que supone cualquier cosa?

El amor ha sido y es, en muchos casos, una piedra angular alrededor de la cual orbita la vida de las personas; sea por tenerlo o por su falta. Pero ¿y si ampliáramos lo que englobamos en el amor? Todos, como seres humanos, necesitamos querer y ser queridos, necesitamos dar y recibir afecto. Pero esto no significa inequívocamente tener pareja, sea una o varias

Experimentamos el amor en muchas más relaciones, me parece indispensable no perder esto de vista. De hecho, en muchos países en Latinoamérica, el día de San Valentín se celebra también la Amistad, y como forma de amor me parece de lo más pertinente. Me da la impresión de que si diéramos el lugar que se merecen al resto de relaciones afectivas, en la que también hay amor, conexión, cuidados; sería mucho más fácil liberarse de presiones por tener pareja, al igual que las expectativas extremadas sobre ese “alguien especial” a quien querer; porque te quieren muchas más personas.

Dicho esto, me gustaría ahondar más en tendencias que veo afectar a la percepción del amor o las relaciones en los tiempos que corren… Me preocupa francamente cómo “el recetario de vida moderna” del cual disponemos hoy día principalmente en las redes, etiqueta implacablemente toda experiencia subjetiva, generalmente como inadecuada. Esto sumado a la representación casi mercantilista que puede tener conocer personas en este plano más sentimental o sexoafectivo con todas las apps de citas en auge, amplifica la sobre-simplificación del amor y las relaciones, todo tiene que ser rápido y superficial; así resulta extremadamente difícil profundizar en conexiones reales.

Se da una especie de paralización ante la sobreabundancia tanto de información sobre el amor y las relaciones como de “opciones”, las personas a menudo nos sentimos más perdidas y desconectadas, haciendo “scroll”, y funcionando como detectores de “red flags” o “green flags”, todo en base al post del día, claro. También, en un mundo en el que se ensalza la autonomía y la independencia, resulta muy difícil mostrarse vulnerable, por lo que se presenta como un gran desafío a que se pueda dar una conexión significativa.

¿Qué sería entonces un amor saludable y realista? Creo que esto es algo que tenemos que contestar cada uno, en base a nuestros propios principios y valores, las aspiraciones que tenemos, las experiencias previas que a día de hoy sin duda nos orientan… Por dar un pequeño esbozo, un amor saludable y realista no se basa en expectativas irreales. Asume la imperfección, los fallos, las equivocaciones como parte necesaria, de hecho. Un amor saludable y realista por tanto, contaría con tolerancia y respeto, aceptación, comunicación, y crecimiento mutuo.

En este mar de expectativas, de “tips” y normativas para el amor o las relaciones, el desafío hoy en día es la vulnerabilidad, la paciencia, la capacidad de abrirse a conexiones más allá de lo superficial, aspectos que se pierden fácilmente en la rapidez, la inmediatez del mundo en el que vivimos. Para fomentar mayor consciencia al respecto, un modo posible consiste en preguntarnos, cuestionarnos la realidad en lugar de dar por sentado nada: ¿Cómo nos afectan las expectativas del amor en nuestra sociedad contemporánea? ¿Cómo podemos reconsiderarlas?

Quizás, lo revolucionario consiste en liberarnos de expectativas impuestas y redescubrir el amor, los distintos amores, como algo mucho más amplio, menos rígido, y, sobre todo, más auténtico.

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