Amar mi cuerpo

Vivir bajo un amor hacia nuestro propio cuerpo condicional, doloroso, para el que no somos “suficientemente buenos”. O, amar mi cuerpo: agradecerlo, aceptarlo, y cuidarlo.

Hoy en día es más habitual tener por referencia lo irreal, embebidos como estamos en las redes sociales, consumiendo cientos de minutos, a veces varias horas al día, de supuestas vidas perfectas, de personas con cuerpos y caras perfectas…

Somos conscientes de la existencia de filtros, de lo preparada que está esa supuesta naturalidad perfectamente calculada, iluminada, recortada… Pero alcanza tal nivel de cotidianidad que esto lo olvidamos, y solo vemos eso: personas perfectas, con hábitos y casas perfectas, con cuerpos y caras perfectos… Y aunque sabemos que no es real, aspiramos a ello. O nos sentimos mal por no hacerlo.

Más allá de cánones de belleza, ¿cómo sería amar tu cuerpo? ¿Qué es amar?

Personalmente, como mínimo contemplaría algunos aspectos. Agradecer. Aceptar. Cuidar. Desde luego, no consideraría dentro de “amar tu cuerpo” el autodesprecio.

Agradecer tener dos piernas con las que andar, correr, saltar… o tener piel con la que tocar y ser tocado, tener boca para comer, besar… Tener un cerebro con el que pensar y soñar… Me recuerda cómo no apreciamos el poder respirar por la nariz, hasta que estamos constipados.

Aceptar tu cuerpo tal y como es. Y no me refiero a resignarse. Puedes esforzarte por estar mejor, pero será más fácil, más llevadero, y, sobre todo, más sanador; si lo hacemos desde el respeto y la aceptación, y no por odio hacia nosotros mismos. Cuidar nuestro cuerpo es una inversión de bienestar, presente y futuro. Comer bien o hacer ejercicio no sólo hace que “te veas mejor”, tienes más energía, estás más saludable, te sientes bien contigo. Solo tenemos un cuerpo, no lo podemos cambiar por otro. Y esperamos que dure muchos años, y si es en “buen estado”, mejor. Y me refiero más a la salud, y a todo lo que nos permite hacer, que lo estético, tener buena forma física de jóvenes promueve mayor autonomía de mayores.

Dicho esto, soy consciente de que hay muchísima diversidad de cuerpos. Que es muy fácil decir “Acéptate” o “Cuídate” pero a veces muy difícil hacerlo. Y creo que es, porque falla la premisa: Como si, querer estar mejor implicara no aceptarse o hubiéramos normalizado “cuidarse” desde el autodesprecio. Este planteamiento hace que demos vueltas en círculos y normaliza medir nuestra autoestima con una báscula inversa, si nos centramos en el peso. “Si consigo ser delgada, seré feliz.” La meta está demasiado lejos y el camino es demasiado sufrido como para perseverar en él, la presión es exagerada bajo esta premisa. O bien, una experiencia totalmente distinta y potencialmente mucho más peligrosa, que es la realidad que viven las personas con un TCA, en el que esa meta sigue desplazándose y resulta inalcanzable a la par que se vuelve dañina, hasta el punto de causar estragos en la salud de quien los padece.

Así como hay muchísima diversidad de cuerpos, también la hay de circunstancias, de dificultades, aspiraciones… Y entender la particularidad de la realidad de cada cual resulta indispensable para poder transformar nuestro modo de hacer, en lugar de percibirnos de un modo que sea acorde con nosotros, que tenga sentido. A veces, paradójicamente, es la propia exigencia la que nos paraliza y nos impide alcanzar nuestros objetivos. La que nos lleva a despreciar nuestro cuerpo porque “no es como quisiéramos”, a nosotras mismas por “no hacer lo que deberíamos para que así fuera”; y vivir bajo un amor hacia nuestro propio cuerpo condicional, doloroso, para el que no somos “suficientemente buenos”. O, amar mi cuerpo: agradecerlo, aceptarlo, y cuidarlo.

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