La importancia de preservar la calma. La palmerica de Arturo

La sensación de calma es fundamental tanto para nuestro bienestar, como para poder funcionar y responder en el mundo de hoy. Preservarla no es fácil si no ponemos mucha atención para que no nos arrastre la inercia.

Hoy quiero contaros una historia familiar que escuchaba en mi infancia. Se me hace muy presente en estos tiempos agitados que vivimos, y me apetece compartirla.

Arturo es algo más mayor que mis padres, y su familia y la mía tienen vinculación por distintos motivos desde hace muchos años. Esta historia sucedió cuando Arturo era pequeño, así que la he escuchado como se escuchan las leyendas, recreándola en mi imaginación.

Cuando yo era niña, contaban los mayores, que cuando Arturo era pequeño, en el chalet en que veraneaba con su familia, había una palmera (sigue estando), en una esquina de la parte trasera. A unos metros de esta palmera, está la puerta por donde entran los coches a la parcela. 

Un verano, me imagino que contando Arturo unos 8 años o quizás menos, al niño le dio por plantar un dátil de esa palmera. Y lo hizo casi en el medio, en la zona de paso, justo por donde pasaban los coches y también las personas. Su familia se reía de la ocurrencia, “ no va salir, Arturo”. Pero salió. Un pequeñito brote que lo puso tremendamente contento.

Alguna vez alguien lo pisaba al caminar por allí, confundiéndolo con otras malas hierbas que crecían sin más. Y Arturico estaba siempre pendiente de su palmera. “¡No la pises!, atento, esa es mi palmera!”, se enfadaba y gritaba la mar de preocupado. Así que colocó alrededor de aquella insignificante hebra verde, un circulito de piedras, para que los demás la vieran, para protegerla de la indiferencia y las pisadas. Incluso cuando entraba un coche, se ponía delante, obligando a todos a hacer varias maniobras para no pisar “la dichosa palmerica de Arturo”.

Cuánta atención, cuánto mimo, cuánta dedicación puso Arturo en su palmera. Con cuánta consciencia la protegía, sentándose a su lado en las tardes de verano, ofreciendo resistencia para que la inercia del resto no se la acabara llevando por delante. Y de esa resistencia es de lo que quiero hablar.

Vivimos tiempos confusos, agitados, acelerados. Vivimos momentos estresantes, ritmos enfermizos y enfermantes, parece que todo en el mundo invita a la prisa y la velocidad. Y así es difícil en muchos momentos conservar la calma. Me gusta imaginar la calma como esa pequeña palmera. Por eso creo que hay que ponerle mucha atención a ofrecer resistencia. Aunque no podamos “bajarnos del mundo” tan fácilmente, quizás sí podamos, como Arturo, aislar momentos, protegerlos del ruido, guardar espacios para asegurar momentos donde la calma sea posible. Y éste no es un movimiento natural. La inercia nos llevará seguramente a llenar todos los espacios, a ocuparnos con cosas todos los tiempos, a la productividad, la acción, a rellenar los vacíos, a mantener una activación quizás acelerada que nos permita seguir el ritmo. Un ritmo que tantas y tantas veces, nos enferma y no nos hace bien.

Hoy te invito a proteger la calma, dejarle espacio, permitir que exista, que suceda, que pueda crecer.  A bajar el ritmo, guardarnos del ruido, incluso programar momentos, hacerle un hueco en la agenda, hacerle sitio, dejarla ser.

De pequeña me encantaba escuchar esta historia, llena de ternura y de tesón. Me imaginaba como niño a alguien que yo conocí siendo ya, como quien dice, todo un señor. Y si él me parecía grande, ¡no sabéis! La palmera de Arturo es un ejemplar … ¡ENORME! Una tremenda y preciosa palmera, no muy alta pero sí muy ancha, que hace sombra a los coches y cuyos dátiles comíamos y nos lanzábamos como proyectiles en las batallas infantiles. Siempre que paso cerca, sonrío y admiro la palmera y la resistencia de Arturo.

Ojalá podamos, con ternura y con tesón, ofrecer resistencia a las prisas del mundo y proteger,  con mucho mimo, nuestra calma.

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