Las situaciones de emergencias y catástrofes son muy desestructurantes. La realidad tal y como la conocemos, cambia de una manera rápida y radical. La disponibilidad de los recursos habituales se reduce, y nos encontramos frente a situaciones muy complejas, dramáticas y de mucho sufrimiento, propio o cercano.
En las situaciones de catástrofe, el impacto emocional que sufrimos es muy grande, y con un repertorio muy amplio. Entre las reacciones psicológicas comunes que experimentan las personas afectadas por situaciones críticas y de emergencia, se encuentran los pensamientos intrusivos y recurrentes, la confusión, la culpa, las dificultades en la toma de decisiones, la frustración, la indefensión, la negación o la sensación de bloqueo mental.
Por eso, entender y darnos permiso para sentir todo lo que se da, es necesario.
La tristeza suele ser una emoción dominante. Las pérdidas son grandes. Tanto de vidas humanas, como materiales. Y también de otras cosas menos evidentes. Podemos perder ilusión, esperanzas, conexiones, confianza en ciertas personas, proyectos, podemos perder nuestros hábitos y momentos cotidianos… así que ante tantas pérdidas, cómo no iba a activarse la tristeza? A veces toma forma como de una profunda sensación de desesperanza.
Es muy habitual que aparezca una respuesta de estrés agudo, que puede manifestarse a través de estados de ansiedad, pensamientos intrusivos, preocupación, dificultad en la toma de decisiones, niebla mental, agotamiento…Y es que nos estamos enfrentando a algo que supera nuestros recursos previos, y esto descoloca, desubica, desconcierta… por eso ahora es necesario entender que los tiempos y los ritmos habituales cambian. Que algo que antes hacía rápida y eficazmente, ahora puede costarme más. Que la atención o la memoria están dispersas, que cada persona tendrá un ritmo y necesitará un tiempo distinto para asimilar, entender, digerir, integrar…todo lo vivido. Necesitamos paciencia y respetar nuestros ritmos, sin meternos prisa por estar mejor o superar.
También pueden aparecer sensaciones de angustia relacionadas con el evento traumático, que se mostrarán a través de emociones intensas como miedo, ansiedad, confusión, ira o la tristeza que nombrábamos.
¿Cómo no iba a surgir el miedo? Hemos sentido con más o menos cercanía el peligro, nuestra vulnerabilidad, la fragilidad de la vida, la pérdida de las sensaciones de equilibrio, estabilidad, permanencia. De repente todo parece más inestable, y aparece el miedo para tenernos alerta, para proteger nuestra vida. Lo que sucede también es que cuando se queda instalado en el cuerpo, sin momentos de descanso, y permanecemos en alerta constante, nos agotamos física y emocionalmente.
Estas emociones son respuestas normales y adaptativas ante una amenaza o un evento traumático. Por eso es fundamental validarlas todas, permitirnos sentirlas y expresarlas, siempre en entornos de seguridad (que la ira no nos lleve a dañar o dañarnos, por ejemplo).
También es frecuente sentir culpa, a veces relacionada con la comparación con el malestar de otras personas, o el hecho de haber sobrevivido. Otras veces surgirán la culpa y la vergüenza ante la necesidad de hacer más o haber podido hacer más para evitar el daño, reducirlo o aliviarlo. Las interacciones con los demás, pueden ser un apoyo o convertirse en fuente de malestar para estas emociones, por ejemplo cuando pensamos “yo no tengo derecho a quejarme, hay gente peor que yo” “esta persona hace más o mejor que yo”, o podemos sentirnos juzgadas por los demás y también por nosotras mismas. Son emociones tremendamente complejas, que seguramente van a estar presentes y merecen nuestra atención.
Sentimientos relacionados con la conexión humana también suelen hacerse patentes. Se activa la empatía, la compasión, la ternura, la simpatía, la amabilidad, la intención de cuidar, el agradecimiento, el cariño.
Convivimos pues con una montaña rusa emocional, que si sentimos con mucha intensidad, puede desgastarnos.
Por eso, conviene prestar atención al posible agotamiento emocional que se genera por la exposición prolongada a estas situaciones, y que se da tanto en las víctimas directas como en personas profesionales y voluntarias que prestan su apoyo.
Te invitamos a cuidarte, a prestarte atención, a darte permiso para atenderte en esta situación desgarradora, y a la vez, como decimos, tan llena de otras cosas que están siendo hermosas y valiosas. En situaciones así de extremas, las personas tenemos necesidades emocionales especiales.
Hemos de tener presente que superar situaciones así de graves es un proceso a largo plazo. Por eso es tan importante cuidarnos a nosotros mismos, atendiendo a nuestras necesidades físicas, mentales, emocionales y relacionales, y no dejarlo para más adelante. Me sirve el ejemplo de dos deportistas de élite, un corredor olímpico de cien metros lisos, y uno de maratón. El segundo, que tiene un recorrido mucho más largo, necesitará modular sus fuerzas, regular su velocidad y dosificar su energía para asegurarse de llegar a la meta.
Así que si estás atravesando una situación así de complicada, te deseo ánimo, paciencia contigo misma, y que encuentres todo el apoyo que necesites.







