La maternidad es un viaje incierto, un camino hacia lo desconocido que emprendemos con una mochila llena de temores, amor y expectativas. Es un proceso a corazón descubierto, donde los paisajes emocionales van cambiando constantemente: desde la experimentación de ternura más profunda hasta el cansancio y la frustración más abrumadoras.
En este viaje, todo es nuevo. A veces, el camino se vuelve cuesta arriba: aparecen los miedos, las dudas, las noches en vela, los virus… y sentimos que estamos atravesando túneles interminables. Otras veces, se produce un acople perfecto, todo parece estar bajo control y sentimos que navegamos por aguas serenas, disfrutando de una agradable sensación de calma. Pero nada de esto es permanente, ninguno de estos estados se alarga en el tiempo. Cada hito y fase evolutiva de nuestro bebé trae consigo desafíos y cambios que requieren de nuestra adaptación a las nuevas circunstancias.
Los cambios no sólo proceden de nuestra criatura o afectan nuestro entorno, sino también a nuestro interior. Es bien sabido que la maternidad conlleva toda una revolución interna, como decía Daniel Stern: “cuando nace un hijo, nace una madre”, haciendo referencia a los profundos cambios de identidad que vive la mujer, y que a menudo nos dificultan reconocernos a nosotras mismas. A esto se suman los sentimientos de soledad que suelen aparecer debido a la transformación de nuestros roles sociales y al distanciamiento de amistades que, por nuestra nueva situación, pueden debilitarse.
Los círculos de crianza y puerperio pueden cumplir con la satisfacción de estas necesidades. Son espacios de encuentro que brindan la posibilidad de reunirse con personas en el mismo momento vital, y nos sirven de apoyo para reconocernos poco a poco en esta transición psicológica.
En estos grupos, cada una trae su historia, sus tormentas, sus descubrimientos y trucos, ofreciéndonos la oportunidad de ampliar nuestra perspectiva y de escuchar ideas que nos resulten de ayuda. Los relatos de las compañeras nos hacen entender que todas atravesamos sensaciones difíciles, y nos dan la posibilidad de expresar las propias, en un entorno de cuidado y sin juicios.
Hablar de nuestras vivencias favorece la comprensión de nuestro proceso, nos ayuda a entender que las situaciones y nuestras emociones son transitorias, que igual que aparecen, se diluyen y dan paso a otras. Nos dan perspectiva sobre el camino recorrido, de lo avanzado y conseguido.
En el círculo de crianza y puerperio que organizo en el Aula Terapiados, nos encontramos un grupo de madres con sus bebés para compartir y acompañarnos en nuestros procesos, donde la escucha y el apoyo mutuo hacen de sostén. Salimos de ellos con una sensación más liviana y con la certeza de que este trayecto, aunque desafiante, también está lleno de belleza y crecimiento.
Mi deseo de facilitar estos espacios surge de mi convicción en que los grupos de madres son necesarios en esta etapa tan vulnerable, potente y ambivalente. Me emociona observar como se refleja el apoyo genuino entre madres, mientras por la alfombra los bebés descubren sus manos, empiezan a girar o a desplazarse explorando el entorno.
En estos grupos prácticamente todo es espontáneo, surgen los temas tras una ronda de expresión de cómo estamos, o tras la lectura de tarjetas de afirmación sobre puerperio. Los asuntos que tratamos son muy amplios y giran en torno a la relación de pareja, los cambios corporales, el sueño del bebé, la alimentación, los virus, nuestra dificultad para reconocernos y todo lo que se necesite hablar.
Mi acompañamiento es por tanto de facilitación, de observación de los impactos emocionales que pueden darse para recogerlos, o de dar la palabra a aquellas que permanecen calladas pero desean participar, en definitiva, de velar porque todas las mujeres estén a gusto en el encuentro. Además también me gusta dar protagonismo a los bebés, enseñar juegos de falda o canciones de manos y nanas, para interactuar con ellos y para que en casa se puedan incorporar a la rutina.