Pequeños momentos

Cuando tenemos un familiar con Alzheimer o Demencia frontotemporal -teniendo en cuenta el tipo- según el área afectada y la fase de la enfermedad en que se encuentre, podemos ver que pasa de un estado de ausencia a otro de presencia. Esto lo podemos experimentar de múltiples formas. Puede que se ría, que levante la cabeza y nos reconozca, que abra los ojos, que nos coja de la mano con fuerza o que nos dé un beso cuando se lo pedimos.

Nos puede asentir o negar con la cabeza a aquello que le proponemos y nos mire con cara de entender qué ocurre a su alrededor. Estos momentos son mágicos. Duran segundos, unos minutos, a veces una mañana, una tarde. Cuando ocurren durante la noche, no queremos dormir para aprovecharlo al máximo y si con suerte dura unos días, unas semanas, soñamos con que por lo menos se queden así para siempre.

Sucede al sonreírle, mientras le cantamos una canción que conoce, le decimos te quiero, le bailamos cualquier coreografía, o nos disfrazamos con cualquier objeto que tengamos cerca con tal de captar su atención aunque sea por un instante y nos responda de algún modo que nos informe de que todavía somos alguien que puede afectarle.

Algunos familiares somos de los que nos da vergüenza decir te quiero, o tememos hacer el ridículo cuando bailamos o nos disfrazamos, o jugamos a ser otros que no somos. Sin embargo, cuando nos arriesgamos y recibimos cualquier gesto de ellos que indica que aún podemos afectarles, en ese momento no nos sentimos tan solos.

Para ilustrar esos momentos en los que se pasa de la ausencia a la presencia aquí os dejo un poema de Machado.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza
blanquecina al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

La foto que ilustra esta entrada está hecha por basykes.

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