Ayer me llegó un interesante video, "hacer cosas como una niña", en el que se pregunta a varias personas adultas, mujeres y hombres, cómo es hacer diferentes cosas “como una niña”. Correr como una niña, luchar como una niña o lanzar piedras como una niña son vistos por estos adultos como algo afectado y ridículo. Después se pregunta eso mismo a niñas pequeñas, de 10 años para abajo, y para ellas correr, luchar y lanzar cosas como una niña es simplemente correr, luchar y lanzar. Punto. No hay nada débil ni ridículo en ello. Para ellas una niña puede hacer estas cosas igual que un niño.
Me admiran este tipo de iniciativas. Me admira la lucha de las mujeres por cuestionar los estereotipos femeninos y por decir en voz bien alta “no es cierto que las mujeres seamos como nos dicen que somos”. Es una lucha que nos afecta a todos. No solo habla de los derechos de las mujeres. Habla de los derechos de todas las personas a ser quienes son. Una lucha imprescindible.
Como hombre, pienso en la necesidad que siento de más videos como éste, que cuestionen también los estereotipos masculinos que nos caen encima a los hombres. Nos llegan de forma parecida a cómo les llegan los estereotipos femeninos a las mujeres, por la educación, la familia, la cultura. Los estereotipos masculinos y femeninos van de la mano. Se me ocurren preguntas para ese video.
Hay muchas más preguntas que hacer. Estoy casi seguro de que un experimento con adultos y niños parecido al del video daría resultados similares. Los niños saben cómo encontrar su forma de bailar, de decir cómo se sienten, de escuchar, de compartir, de pedir ayuda, de llorar y de dar cariño. Es al hacerse hombres cuando, a veces, parecen olvidarlo.