Me gusta pensar en las razones por las que mis pacientes piden ayuda psicológica. También me sirve enfocarme en las razones que me han llevado a mí, a terapia.
En general, imagino que iniciar terapia es como hacer un viaje.
Así, es fácil que nos vengan a la cabeza cuestiones que tienen que ver con sanar, recuperar, etc., como si se tratara de un viaje que va desde un lugar poco sano, a uno más sano.
Y puede ser así muchas veces. Para mí lo ha sido.
De un lugar de sufrimiento, por un duelo, una pérdida, a un lugar donde descubrir mis fortalezas en este nuevo momento que habito en mi vida. De un espacio de estrés, o de ansiedad, o de inestabilidad y falta de equilibrio, a un aprender a moverme encontrando mi sitio y mi forma de estar, a encontrar otra forma de caminar por la vida, cuando el suelo se mueve.
El apoyo que ha supuesto para mí la terapia, en momentos difíciles, lo podría comparar a un masaje profesional cuando me duele mucho la espalda. Es el sufrimiento de algún tipo, lo que me mueve a pedir cita, con mi terapeuta o con mi osteópata.
También es así para la mayoría de pacientes que buscan apoyo psicológico o emocional. Pérdidas, duelos, estrés, ansiedad, insatisfacción vital o en alguna relación personal, miedos, fobias, y otras dificultades suelen ser el motor de la búsqueda.
Cualquier dolor, cualquier persona, merece una terapia.
Desde este prisma, es curioso las veces que escucho…” esto te parecerán tonterías, con las cosas que debes escuchar tú”, “ya sé que esto no es tan grave, comparado con lo mal que lo están pasando otras personas”.
Es como si hubiera una linterna enfocando el dolor (así es también mi dolor de espalda, muy chillón, muy “prota”) que, a la vez, nos hiciera comparar nuestro dolor con el de los demás. A veces es como si alguien se preguntara “¿este dolor merece tanta atención, merece una terapia?” Por un lado, entiendo que es buena la capacidad de relativizar, de poner en contexto las cosas que nos pasan. Por otro, sin embargo, puede no sernos útil aquí. Que a ti te duela tu rodilla más que a mí la mía, no hace que la mía me duela menos a mí. No me quita el derecho a decir “me duele la rodilla”, o a buscar ayuda profesional para mejorarla, aunque sepa que hay muchas personas en el mundo a las que le duele la rodilla más que a mí.
Otra manera de estar en terapia
Sin embargo, hay otras razones que nos pueden mover a iniciar una terapia psicológica.
Esa, menos frecuente (también para mí), que no está motivada por un dolor, sino por un placer, por llamarlo de alguna manera.
Se parece a cuando me permito un masaje en la espalda por gusto, como en un spa. Se apoya en la idea de crecimiento personal. Es otro tipo de viaje, desde luego.
En mi experiencia, las épocas en que me he mantenido yendo a terapia “porque me encuentro bien”, han sido preciosas. Cuando no tengo un dolor, cuando la linterna no está enfocada en nada demasiado concreto, puedo ver de forma más clara el resto de partes de mi cuerpo, ya que no hay ninguna “chillando” y ocupando toda mi atención. Puedo moverme de más maneras, ser más creativa, estar más receptiva a lo novedoso. Puedo encontrar más apoyos en mí para dar pasos, puedo comprender mejor, puedo recibir y respirar mejor.
Un espacio y lugar donde encontrarnos y acompañarnos.
Como terapeuta, acompañar a personas en su crecimiento personal es también muy bello. “Viajar juntos, juntas”, con nuestros/as pacientes, es una invitación a permitirnos mirar hacia espacios más discretos, desde la calma. Es hermoso y sorprendente, muchas veces con presencia de alegría y de ilusión. Mirarnos hacia dentro y mirarnos las personas entre nosotras, habitando sensaciones de descubrimiento, asombro, calma y equilibrio, puede tener todo el sentido.
Sean cuales sean tus razones para iniciar un proceso terapéutico, siempre serás bienvenido, bienvenida.
Si vienes con tus dificultades, estoy disponible para acompañarte en el viaje. Y si vienes porque te encuentras bien, será un placer también compartir tu crecimiento.