Respirando la vida

¿Qué recibo con cada inhalación?, ¿Qué suelto cuando exhalo? Prestar atención a nuestra respiración puede ser interesante para darnos cuenta cómo estamos respirando la vida.

Me sucede con frecuencia, tanto con las personas con las que trabajo en consulta, como en situaciones más personales, que surja en la conversación la idea de la necesidad de respirar. “Necesito respirar”, “esta situación es asfixiante”, “es como si me faltara el aire”, “me vendría bien oxigenarme un poco”, “necesito darme un respiro”… son cosas que decimos a veces las personas cuando nos encontramos inmersas en una situación complicada, exigente, difícil, etc.

La respiración es uno de los elementos que primero suele verse afectada por nuestros estados físicos y/o emocionales. Suele pasar que, sin darnos cuenta en una situación de susto, tengamos una respiración entrecortada, o que sintiendo estrés, ansiedad o miedo, sea difícil tener una respiración calmada y profunda.

Me gusta darme cuenta de que respirar es a la vez un proceso instintivo de nuestro cuerpo y, también si queremos, una conducta decidida y consciente. Es algo que no dejamos de hacer jamás desde el instante en que nacemos, salvo quizás durante algunos instantes. Forma parte del “motor de la vida”. Y a la vez, podemos dejar de hacerlo, podemos decidir cambiar su ritmo, su latencia, su profundidad, como muy bien saben las personas que cantan o que tocan instrumentos de viento, por ejemplo.

Hoy quisiera invitarte a tomarnos unos instantes… y respirar. Respirar juntos, juntas, incluso. En este mismo instante en que lees este texto, (si la vida lo permite), yo también estoy respirando. Inhalando, exhalando. Tomando y soltando aire.

Aunque pueda ser una obviedad, quiero enfocarme en que respirar tiene dos partes. Inhalar. Exhalar. Dos movimientos que se necesitan mutuamente. Inhalar. Exhalar. Y a veces, por respirar, nos referimos solo a la primera. Suele pasar que si alguien nos dice “respira”, tomamos aire. Y tomar aire, algo tan sencillo y cotidiano, está cargado de sentido. Exhalar también lo está.

Inhalar es recibir. Nos permite estar en contacto con el mundo. Es tomar el aire que nos rodea y nos envuelve. Implica dejarnos ayudar, aceptar lo que viene de fuera y puede nutrirnos y hacernos bien. Supone acoger, y a la vez, en el movimiento de aspirar, implica el esfuerzo que he de hacer para tomar de forma activa eso bueno que me rodea y que atraigo hacia mí. De alguna manera supone dos cosas: asumir que hay algo que necesito, y tomarlo.

Exhalar es soltar. Nos permite estar en contacto con el mundo. Es devolver al entorno algo que necesité, tomé y ya no me nutre. Implica dejar ir, aceptar que algo ha dejado de ser sano para mí, que algo puede dejar de ser suficiente, puede estar vacío. Supone vaciar mis pulmones, y a la vez, en el movimiento de soltar, implica el esfuerzo que hago por sacar de forma activa lo que ya no quiero dentro, lo que aparto. De nuevo, de alguna manera supone dos cosas: asumir que hay algo que ya no necesito, y soltarlo.

Inhalo, me lleno. Exhalo, me vacío.

Así, entre estos dos movimientos, nos pasamos la vida entera. Al hacerlo de forma no consciente o con poco nivel de atención, es nuestro cuerpo, en su función más instintiva, quien regula que sigamos tomando y dejando aquello que necesitamos. Y que lo hagamos incluso mientras dormimos, sin necesidad de pensarlo. El cuerpo sabe que necesita y toma, y sabe que no necesita y suelta.

Al enfocarnos en la respiración, en la sencillez de este acto podemos encontrar otros sentidos y reflexiones que nos llevan a pensar en la vida y sus complejidades. Cuando decimos “necesito oxigenarme”, no nos referimos literalmente a que nuestros pulmones no cojan suficiente aire y necesitemos unas vacaciones o un paseo por el bosque para llenarlos. En realidad, estamos hablando de una necesidad emocional y posiblemente también física.

Puede ser interesante preguntarnos entonces cómo estamos respirando la vida.

En las situaciones que habito… ¿me pregunto si necesito algo?, ¿qué pasaría si me lo preguntara? Si me doy cuenta que sí lo necesito, ¿hago algo para buscarlo o para hacerlo posible? Quizás esto sea difícil muchas veces y nos quedemos esperando que suceda eso que necesitamos. O asumiendo que no sucederá (y hay muchas cosas que seguramente vamos a necesitar y no van a suceder, es cierto; y otras que quizás sí).

Cuando necesito algo… ¿lo reconozco?, ¿lo pido?, ¿lo tomo?, ¿lo acepto si llega? En mis relaciones, ¿me es posible nombrar/pedir lo que necesito?, ¿me permito necesitar, y reconocerlo? Inhalar la vida, inhalar en nuestras relaciones, implica el movimiento de pedir ayuda, de aceptarla, de tomar lo bueno que las personas que me quieren me ofrecen. Implica dejarme apoyar, sostener, cuando es necesario. Implica la generosidad de permitir que otras personas me nutran, la generosidad de recibir.

Y esto, que el cuerpo hace con magistral sencillez, puede sernos muy difícil a algunas personas. Para mí lo ha sido mucho tiempo, y aunque ahora mucho menos, aún lo sigue siendo. Cuando hemos puesto mucho empeño en poder con todo, en no necesitar, en ser capaces, en lo que podemos ofrecer por encima de lo que podemos recibir, es difícil practicar la generosidad de recibir. Creo que tiene mucho valor inhalar la vida. Tiene mucho mérito.

Y si pensamos en exhalar la vida, surgen otro tipo de preguntas. En las situaciones que habito… ¿me pregunto si algo me sobra?, ¿si algo ha dejado de tener sentido para mí?, ¿Qué pasaría si me lo preguntara? Quizás me enfrentaría al doloroso proceso de darme cuenta de que algo ha dejado de ser nutritivo y sano para mí. Si así fuera, las veces en que así es… ¿me permito soltar?, ¿me permito reconocer que mi necesidad no se está cubriendo en este lugar o en esta relación?, ¿me resulta fácil dejar ir? Exhalar la vida no significa abandonarlo todo dando un portazo. Puedo querer abandonar la forma en que nos estamos relacionando y no la relación, por ejemplo. Implica reconocer algunos finales y hacerles espacio. Y esto duele casi siempre.

También implica desear cambios y exhalar lo que no me es sano, en busca de otra bocanada de aire que me nutra. Implica no agarrarme a situaciones, relaciones, que ya no me aportan y en las que quizás siento que me falta el aire, que me asfixio. También implica soltar ideas que ya no comparto, rutinas o hábitos que ya no me encajan, etc. Y esto, de nuevo, no es tan fácil por muy sencillo que lo haga el cuerpo. Cuando nos aferramos, cuando sostenemos situaciones que “hemos de aguantar” sin que sea sano para nosotros, cuando ni nos queremos plantear que quizás lo que necesito esté en otro lado, cuando elegimos “lo malo conocido”, es muy difícil practicar el soltar. De nuevo, para mí lo es. Mucho. Por eso creo que tiene tanto mérito también, cuando lo hacemos.

Con esto no estoy queriendo decir que deberíamos inhalarlo todo, exhalar todo. No. Por algo es (y ese algo merece todo mi respeto), que hacemos lo que hacemos en la forma en que lo hacemos.

Más bien es una invitación a observarnos sin juicio. A detenernos unos instantes. Para respirar y hacerlo con más atención. Para mirar y escuchar con qué maestría lo hacen nuestros pulmones. Cómo tomo aire, me detengo y lo vuelvo a soltar. Quizás puedo tomar más, quizás menos. Quizás puedo soltar más antes de volver a tomar. Quizás puedo vaciar, para poder llenar. Quizás quiero probar a hacerlo más lento. De manera menos o más atenta, de manera menos o más consciente.

Tomar, soltar, volver a tomar, volver a soltar. Respirar el aire. Detenernos atentamente, cuando queramos, a Respirar La Vida.

Gracias por respirar este ratito conmigo.

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