Querido síntoma

Querido síntoma:
Últimamente siento muy ricas las tertulias familiares en las que aparece cierta curiosidad por entender cuál es el trabajo que puede hacer un terapeuta gestalt. Al escuchar las preguntas puedo percibir miedo, inseguridad, dudas… pero parece que éstos son vencidos por la curiosidad y por la posibilidad de encontrar apoyo. Para mí es un ejercicio sano poder desplegar aquello que conozco del modo más sencillo y entendible posible. Cuando mi primo me pregunta: “¿vosotros tratáis el insomnio?”, “¿cómo podría resolver yo mi insomnio yendo a terapia?”, “¿cuántas sesiones podrían ser?”… entiendo que tras estas preguntas está la angustia de no poder desprenderse de su síntoma, como si fuese algo que se le ha pegado, ajeno a él mismo. Hablando con él, intentando explicarle cómo es el trabajo en sesiones, me descubro a mí misma defendiendo a su síntoma. Él me mira extrañado… “¿Cómo me va a servir para algo esta tortura?, ¿cómo va a tener un sentido?… Sólo es insomnio, no hay nada más y además cada vez es más incómodo y me limita… Esto es algo concreto, no tiene que ver conmigo, pero ¡no consigo entender cómo dices que me puede estar ayudando!”

Desde lo que sé, desde lo que entiendo, el llamado síntoma no está con nosotros por casualidad, ni en su fondo ni en su forma, pero mientras luchamos contra él nos pasan dos cosas: por un lado, como no lo estamos atendiendo puede tender a hacerse más molesto, más llamativo, “gritar más fuerte”, como el niño que está intentando alcanzar la caja de galletas y pide ayuda a su madre. Primero lo hará flojito, pero si la madre no acude, tendrá que buscarse estratagemas para conseguir que ella vaya a mirar qué es lo que él quiere. Esto es lo que hace nuestro síntoma: nos pide que miremos allí donde puede estar el origen de nuestra necesidad, de lo que nos ocurre. Por otra parte, mientras miramos a otro lado o nos tapamos los oídos no estamos conectados con lo que está ocurriendo, con la realidad de lo que pasa. Podremos pensar que nuestro hijo chilla por gusto, porque tiene sueño o porque se ha enfadado con su hermano, pero si no nos acercamos a ver lo que está pidiendo no sabremos que lo que nos pide son galletas. Decidir si se las damos o no sería el siguiente paso… Como sería decidir si el síntoma aún nos es de utilidad o podemos prescindir ya de él. Porque cuando el síntoma aparece, siempre tiene un sentido, y entender de pleno cuál era éste es el primer paso para poder dejarlo ir. Así, siguiendo nuestro ejemplo, si ocurriera que nuestro niño cumple cuarenta años y sigue pidiendo a su madre que le alcance las galletas y en la misma forma que lo hacía cuando tenía dos años, el trabajo será mirar cuál era la situación a los dos años, qué sentido tenía, qué utilidad le proporcionaba, y descubrir si hoy por hoy aún es válida, o decide de forma consciente agradecer su síntoma y dejarlo pasar.

(La foto que ilustra esta entrada está tomada por el fotógrafo Ariel Marqués, a quien agradecemos que nos la haya cedido para su uso en nuestra web.)

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