Persecuciones de pareja

El miedo al abandono es el miedo a que nos dejen las personas que son importantes para nosotros.

“¡Se pasa el día por ahí! Me acabo sintiendo egoísta por pedirle que pase más tiempo conmigo, pero para algo somos pareja, ¿no?.” “Se pone muy insistente en que lo hagamos todo juntos. Yo me acabo agobiando porque parece que lo que hago nunca es suficiente. Me dan ganas de largarme.” “Le he dicho varias veces que tenemos que hablar en serio de lo nuestro y no hay manera, ¡rehuye el tema!” “Cada vez que hablamos me cae encima un alud de reproches por cosas por las que no puedo hacer nada. Acabo sintiéndome fatal. Para esto prefiero no hablar.”

Estas frases, o frases parecidas, serán posiblemente familiares para algún que otro lector. Tienen que ver con una dinámica de la vida en pareja que aparece en las relaciones y nos puede llegar a hacer sufrir mucho. Nos remueve dos miedos esenciales que todos los seres humanos experimentamos en menor o mayor grado: el miedo a ser abandonados y el miedo a ser engullidos. ¿Qué son estos miedos?

El miedo al abandono es el miedo a que nos dejen las personas que son importantes para nosotros. Nos conecta con sentimientos muy fuertes de desvalimiento y soledad. Necesitamos estar con otras personas, en amistad, en relación de pareja, en familia. Esto nos da tranquilidad, nos hace sentir cuidados y seguros, nos hace sentir que pertenecemos a nuestros grupos de referencia y que somos parte de algo más grande que nosotros. Sin embargo sabemos también que estos vínculos pueden ser frágiles y se pueden romper. Sabemos, quizá desde niños, que podemos ser abandonados, y el abandono nos hace sentir que se hunde el suelo bajo nuestros pies. Es una emoción difícil de soportar.

El miedo a ser engullido, sin embargo, se relaciona con la falta de respeto a nuestra identidad. “Ser engullido” significa que no nos sentimos aceptados como somos y nos vemos obligados a adaptarnos a los demás sistemáticamente. Esto lo podemos haber experimentado también desde niños. Los deseos de los otros, sus pensamientos e intenciones ocupan todo el espacio sin dejar sitio para los nuestros. Sentimos que nos debe gustar lo que le gusta al otro, que debemos querer hacer lo que quiere hacer el otro.  Nosotros dejamos de existir, en cierto sentido, y vivimos una pérdida de libertad o incluso llegamos a perder la claridad respecto a quiénes somos. Es una experiencia angustiosa y el miedo que nos produce se puede resumir en algo así como: “si estoy con el otro no puedo ser yo mismo”.

Así, nos pasamos la vida compaginando nuestra necesidad de los demás con la necesidad de ser autónomos. A todos nos da miedo que nos dejen o que nos invadan. Y estas emociones, como muchas otras cosas, suben de intensidad cuando estamos en una relación. En una relación buscamos la intimidad, la complicidad, el compartir esferas de nuestra vida. Hay más que perder si nos abandonan. Hay más libertad que perder si la relación lo ocupa todo. Las relaciones nos dan lo mejor, pero también nos movilizan muchos miedos.

¿Cómo combina todo esto cuando estamos en pareja? Muy a menudo ambos miembros de la pareja sienten el miedo pero se polarizan cada uno hacia un lado. Uno de ellos siente abandono y el otro agobio. En realidad ambos sentimos el miedo a la relación, a la vulnerabilidad de expresar nuestros deseos y nuestras necesidades. Pero cada uno lo expresa de una forma. Yo tengo miedo a ser engullido, tú tienes miedo ser abandonado. Te acercas a mí para poder sentirme, a mí me da miedo que me quieras invadir y me alejo un poco para tener algo de aire. Mi alejamiento te despierta el miedo a que te pueda abandonar y te acercas, yo me agobio y me alejo más… Y así progresivamente. Estos miedos se alimentan mutuamente y pueden producir una espiral de malestar en ambas partes. Cada vez te siento más lejano, dice el uno. Cada vez te siento más agobiante, dice el otro.

A veces cambian las tornas y el juego sigue pero en sentido contrario: el perseguido se vuelve perseguidor y viceversa. De repente el que era huidizo se vuelve cariñoso y el que tenía demasiado poco empieza a sentir que tiene demasiado. “Al principio parecía que pasaba de mí y ahora no hay forma de quitármelo de encima.” O bien, “al principio todo eran cariñitos y ahora parece que todo le venga mal.”

¿Cómo podemos salir de este embrollo? No es fácil porque cuando entramos en un círculo vicioso así empezamos a perder la perspectiva y sólo vemos lo que nos duele. Ayuda mucho tomar consciencia de lo que está pasando con una mirada más amplia. Nuestra tendencia es casi siempre pensar que hay un malo y un bueno, pero esto suele complicar las cosas. Nadie está a gusto en una relación pensando que es el malo de la película, por abandonador o por perseguidor. Es muy difícil encontrarse de igual a igual si hay un malo y un bueno. El acercamiento pasa por darse cuenta de que cada uno está aportando su propio miedo y que la espiral de malestar se produce casi por sí sola. Si sé que te da miedo la pérdida de libertad intentaré no interpretar tus alejamientos como un abandono. Si sabes que me da miedo el abandono, podrás interpretar mis acercamientos como una necesidad de cercanía, no como un intento de ahogarte. Ambos podemos acercarnos si nos mostramos nuestros miedos e intentamos comprendernos y apoyarnos en ellos. Si yo sé cómo te sientes tú, y tú sabes cómo me siento yo, podremos hacer el uno por el otro para que nuestra relación nos dé fuerzas y no nos debilite.

Aquí reside la mayor dificultad, porque compartir los miedos y los deseos implica mostrarse vulnerable ante el otro y eso nos da más miedo aún que el abandono o la invasión. El psicoterapeuta gestalt Michael V. Miller habla en su libro Terrorismo íntimo de cómo las parejas tienden a relacionarse como si las dos personas estuvieran unidas por una barra rígida que permite girar en un sentido u otro fácilmente, persiguiéndose, huyendo y manteniéndose a una distancia constante, pero que hace difícil el movimiento de acercamiento el uno al otro. Este movimiento es el que más nos nutre y más felices nos hace, es el camino hacia la intimidad, hacia irnos conociendo el uno al otro, hacia compartir lo que nos gusta pero también nuestras dificultades y angustias. Vale la pena.

Imágen cedida por Karsten Mock

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