¿Qué es antes, la motivación o la fuerza de voluntad? Esta pregunta me impactó cuando, saliendo por la puerta, con la chaqueta puesta, el bolso y las llaves del coche en la mano, me la arrojó mi amiga. Yo lo intento, soy tenaz, soy una persona con mucha fuerza de voluntad, pero la motivación nunca llega… Me quedé realmente clavada en el sitio, ya que la profundidad de su mirada me conmovía. Sentí su entrega, la confianza en que las palabras que podrían salir de mi boca serían interesantes y fue entonces cuando me vi atrapada en una tremenda responsabilidad. Decidí retrasar la marcha y dedicarle toda mi atención. Así, de manera improvisada, sólo se me ocurría decir que ambas, la fuerza de voluntad y la motivación, están relacionadas. Pero, de pronto, vi que también pueden llegar a estar absolutamente distanciadas, en polos opuestos. La fuerza de voluntad se me presenta como algo decidido, pensado, relacionado con la capacidad de sacrificarse, con el sufrimiento si se me apura… La motivación me lleva a pensar más en la energía, la alegría, la fuerza, el deseo, las ganas… Pero al igual que me había pasado a mí al conectar con la pregunta e intentar encontrar una rápida y efectiva respuesta, comprendí cómo puede una persona quedarse atrapada en la búsqueda de esa motivación que no llega. Cómo parece que cuanta más fuerza de voluntad pone, más energía se le va entre las manos, y aparece la frustración, la desgana y por qué no, la pena.
Hablando con mi amiga, nos dimos cuenta de que quizá la fuerza de voluntad nos estaba jugando una mala pasada. Yo había estado poniendo toda mi fuerza de voluntad en contestar a sus preguntas para que lograse encontrar el camino, y no llegábamos a ningún sitio. Intentábamos resolver desde lo conocido, desde lo aprendido, apoyándonos en “el saber”. Pero la sabiduría no está siempre en los libros. Los libros, las teorías, pueden guiarnos, nos hacen de sostén, pero hemos de revisar de vez en cuando si hay ediciones nuevas, si existen otros libros escritos por otras personas.
Mientras yo ponía en marcha toda mi fuerza de voluntad para darle respuestas sin encontrar nada satisfactorio de verdad, paré un instante. Tomé aire, tras uno de sus silencios, y empecé a sentir que me estaba “saltando” tanto lo que pasaba entre nosotras, como lo que me motivaba a continuar hablando con ella. Estaba olvidándome de lo que estaba pasando en el aquí y ahora de la situación. Estaba dejando de lado que ella era “parte de la cuestión”, es decir, que su vivencia era necesaria para poder encontrar una respuesta adecuada. En realidad, casi no habíamos hablado en todo el día. Bueno, sí que habíamos hablado, pero no desde nosotras, sin un acercamiento real. Fue cuando paramos a mirarnos, a escucharnos, a sentirnos, cuando pude darme cuenta de que sentía curiosidad sobre qué es lo que le hacía plantearse esta pregunta. En ese momento necesitaba saber algo más sobre el porqué de la pregunta antes de correr a dar la respuesta. Teníamos que frenar un poco para encontrar al menos un sentido que nos encajara a las dos, antes de seguir avanzando.
Ambas empezamos a interesarnos por averiguar cuál era el significado que podía tomar todo esto. Dejé de sentir algo que a veces me pasa con ella: que tengo algo que ella no tiene y debo buscar para dárselo. En lugar de esto, me interesé por cómo lo vivía ella, por cómo había visto la posibilidad de salir de sus pensamientos por un momento , para poder compartirlos conmigo, sin miedo, sintiendo que era capaz de hablar de lo que le ocurre, lejos de una lección magistral sobre el funcionamiento de los seres humanos, sin sentirse rara por sentir lo que sentía, a la vez que mi escucha nos permitía que ocurriera algo realmente especial y novedoso. Ambas nos encontramos absolutamente interesadas en lo que estaba pasando. No había un rumbo. No había un objetivo. Era innecesaria la fuerza de voluntad. Había excitación compartida, que nos hacía subir el tono de voz y el apasionamiento por la conversación. Existía una motivación. Esa que ella nunca encuentra cuando la busca, pero que apareció en el encuentro de ambas.
La fuerza de voluntad es la capacidad para resistir la gratificación inmediata para poder alcanzar un objetivo más a largo plazo. Implica una capacidad de autocontrol y es algo que puede aprenderse y mejorarse. Pero si no la acompaño del deseo, de las ganas, del sentido intrínseco que tiene para mí el esfuerzo, cada vez se hace más pesado, costoso, distante e infructuoso.
Fuerza de voluntad y motivación deben ir trabajando conjuntamente. La una sin la otra no pueden dar un buen resultado. Ambas han de trabajar juntas en equipo, sin intentar superar la una a la otra, manteniendo el equilibrio. Así, si sentimos gran fatiga en el esfuerzo por mantener la “fuerza de voluntad”, no es el momento de tirar más fuerte de ella, sino quizá de pararse a ver dónde se encuentra nuestro deseo, de qué concretamente están hechas nuestras ganas de seguir adelante, qué nuevas formas ha tomado nuestro objetivo.
La metáfora sería un carro tirado por dos caballos. ¿Serviría de algo que uno tuviera mucha fuerza y el otro ninguna? ¿Sería útil parar un poco el ritmo para permitir que ambos corceles pudieran sentirse cómodos y al ritmo? Yendo más allá, ¿deberíamos darles a ambos una alimentación sana, o podemos pretender que uno vaya muerto de hambre y sed y el otro bien alimentado? Si sentimos un deseo desbocado, una gran motivación sin poder mirar a largo plazo y sin reflexión sobre lo que ocurrirá a nuestro alrededor, estamos corriendo con un solo caballo y el otro estará frenando nuestro carro, desviándolo de su camino. Por otra parte, mientras ponemos un exceso de fuerza de voluntad, estamos haciendo correr a marchas forzadas a la motivación. Si paramos, y nos preguntamos por cuáles son las cosas que nos mueven, estaremos “dándole de beber”, cuidando de nuestra motivación, que agradecida por ser atendida, podrá galopar al ritmo que necesitemos.
La respuesta que encontramos entre mi amiga y yo es que ni la motivación ni la fuerza de voluntad van una antes que la otra. Hemos de nutrir a ambas para lograr la satisfacción. Hemos de aprovechar los beneficios de la fuerza que proporciona la motivación para que la “fuerza de voluntad” no se queme cuando se dirige hacia la nada. Equilibrio y trabajo en equipo desde el deseo de que ambas puedan desplegar todo su potencial. Nada sale plenamente bien sólo con ganas o sólo con fuerza. Una necesita de la otra tanto como la otra de la una para que conseguir el objetivo sea algo placentero. ¿Cómo lograrlo? Es necesario tomarnos tiempo (que unas veces es sólo unos minutos y otras unas semanas) para revisar qué es lo que nos motiva a hacer lo que hacemos. Nos serán útiles las siguientes preguntas, entre otras:
- ¿Cuál es el propósito de nuestra acción?
- ¿Para qué estamos dirigiéndonos hacia ahí?
- ¿Sigue teniendo sentido esto que hago?
- ¿He de modificar algo para que sea más coherente con mi deseo?
El solo hecho de dedicar de forma intensa un espacio para contestar a estas preguntas nos va a ayudar a recuperar la fuerza para lograrlo, y así podremos resistir hasta conseguir la satisfacción a largo plazo.
Dejar correr a su ritmo dos caballos enganchados a un carro, sin dirigirles hacia nuestro objetivo, sin frenarles en los excesos, sin dejarles aprovechar sus fuerzas cuando las hay, nos priva de la libertad de elegir el lugar al que queremos ir. Aunque tengamos que parar media hora a descifrar el mapa, siempre será más útil y seguro que velemos por el equilibrio entre ambas fuerzas, que emplear sólo la mitad.