¿Por qué muchas personas cambian cuando están en pareja? Todos conocemos casos de amigos, familiares, vecinos, en los que el “ennoviarse” ha supuesto un antes y un después. ¿Quién no ha oído la frase “desde que tiene novio no parece la misma persona”? Eso si no lo hemos vivido en nuestras mismas carnes. ¿Qué poder tiene “la pareja” para transformarnos de esa manera?
Muchas veces, cuando nos enamoramos, volvemos a ser como niños y nos encanta. Sentimos que podemos volver a disfrutar como disfrutábamos de pequeños: sentir esa ilusión, jugar, ser cómplices, tener esa energía, esa inocencia. El estado de enamoramiento nos enciende una chispa que teníamos de niños, y puede ser algo maravilloso volverla a sentir.
Pero ser niño no es solo eso. De niños no solo jugábamos y cantábamos todo el día. También necesitábamos tener cerca a adultos que nos protegieran cuando teníamos miedo, que nos escucharan cuando teníamos cosas que contar, que nos dieran seguridad y confianza, consuelo cuando estábamos enfermos o dolidos. Necesitábamos que nos alimentaran y nos cuidaran, que nos acariciaran y nos sostuvieran. No todo en nuestra vida de niños era jugar.
Cuando nos hacemos mayores no es tan diferente. Tampoco todo en nuestra vida es jugar. Nuestras necesidades de adultos no cambian tanto respecto a nuestras necesidades de niños. Deseamos también tener cerca a alguien que nos dé seguridad, confianza, nutrición, complicidad, cariño, consuelo, protección. Y muchos buscamos esto en la pareja. Cuando te nombro “mi pareja” te abro mi corazón y me muestro a ti como un niño, pero también te encomiendo la responsabilidad de procurarme esto que mi niño necesita. Quiero que me comprendas, que me protejas, que me des cariño, etc.
Yo te pido todo esto y tú me lo pides a mí. Por eso somos pareja. Aunque no siempre nos es fácil proporcionarnos ese cuidado el uno al otro. A veces porque no sabemos cómo, a veces porque nos da mucho miedo que no nos lo den. A menudo no todo fue bien cuando éramos pequeños y no siempre recibimos la comprensión que necesitábamos, ni la protección, ni la nutrición, ni el consuelo, ni el apoyo, ni las caricias. Todos hemos tenido la experiencia de no recibir algo que necesitábamos en un momento dado, o en muchos. Abrirnos a pedir a la otra persona o esperar de ella es arriesgado. Si nuestra pareja nos da lo que necesitamos puede ser fantástico, pero si no lo hace podemos sentir un dolor intenso, de viejas raíces.
A veces, para no sentir este dolor renunciamos a ser niños con nuestra pareja, pero esto nos hace también infelices. Si dejamos ambos de ser niños para ser solo adultos hay algo que falta en nuestra relación. Perdemos la ilusión. Si uno de los dos es siempre el adulto y otro siempre el niño nos podemos acabar cansando, porque el adulto quiere poder ser niño y el niño quiere poder ser adulto. En general, queremos poder ser cada uno, por momentos, el adulto que permite que el otro pueda ser un niño, o el niño que puede ser niño porque el otro es el adulto que lo permite.
Por resumir, sería como decir que el acuerdo es que, en nuestra relación, mi adulto cuida a tu niño y tu adulto cuida al mío. Nuestro objetivo es construir un entorno seguro, como adultos, en el que ambos nos podamos permitir ser niños. Así podremos tener la seriedad del adulto y la chispa del niño. ¿Por qué conformarnos con menos?