En los últimos años se ha puesto de moda, sobre todo en los ambientes de coaching y desarrollo personal, la expresión “zona de confort” para hablar del entorno, del comportamiento o de las personas con los que nos sentimos seguros. Según Wikipedia, es la “zona” en la que operamos con “ansiedad neutral”. Están proliferado muchas páginas web y libros que utilizan esta idea para explicarnos, de una forma u otra, que en la zona de confort no hay ansiedad pero tampoco hay crecimiento. Según los autores de estos textos, si queremos aprender cosas nuevas, conocer otras personas u otros lugares, incluso averiguar que teníamos habilidades que desconocíamos, tenemos que “salir de nuestra zona de control”.
Esta idea, en principio, puede ser útil. Nos quiere transmitir que si no asumimos una cierta cantidad de riesgo no podemos incorporar novedad a nuestras vidas y por tanto no puede haber crecimiento. Crecer implica incorporar cosas nuevas, y las cosas nuevas, por definición, son desconocidas. Lo desconocido implica riesgo, y es ese el riesgo que nos invita a explorar la idea de la “zona de confort”, ya que entiende por “confort” una manera de estar acomodaticia que no asume riesgos y, por tanto, no permite crecer.
Sin embargo, la idea de la “zona de confort” corre bastante peligro de ser distorsionada de una manera bastante nociva, o como mínimo cuestionable. Los jóvenes de menos de 30 años, en particular, están recibiendo desde hace casi una década un bombardeo de esta expresión desde los medios de comunicación y las redes sociales. Hay un discurso “joven” y “emprendedor” que se está escuchando mucho. Se pueden encontrar fácilmente multitud de videos, artículos, entrevistas a personas de éxito, incluso libros, que abogan por que la gente “salga de la zona de confort”.
Por lo que vengo observando, este concepto se está interpretando a menudo (o emitiendo) de una manera muy particular que no tiene que ver con el significado original. La secuencia de la distorsión podría ser algo así: “para incorporar novedad hay que salir de la zona de confort”; “para triunfar hay que incorporar novedad”; por tanto “para triunfar hay que salir de la zona de confort”; si añadimos la idea (muy discutible) de que para salir de la zona de confort basta con querer hacerlo, se deduce que “si te va mal en la vida es porque no quieres salir de tu zona de confort” y, finalmente, “si no sales de tu zona de confort debe ser porque eres un cobarde, o un vago”. El resultado final es que si alguien se siente impotente ante una situación, o siente que no tiene suficiente apoyo o suficientes recursos para cambiar la situación en la que está, estos mensajes le pueden llevar a interpretar que su miedo o impotencia es “porque no sale de su zona de confort” y con ello podrá añadir la culpa y la vergüenza a su estado emocional. No suena muy útil.
Un ejemplo en el cual podemos ver esto se está dando mucho en los últimos tiempos. Hoy por hoy ir “mal en la vida” equivale para muchas personas a no encontrar trabajo. Sin embargo, estamos en un contexto en el que la dificultad de encontrar trabajo no depende únicamente de las acciones de las personas sino también, en una gran medida, de la situación de crisis que nos rodea. Sin embargo se nos habla de que para triunfar lo que tenemos es que salir de nuestras zonas de confort. Se nos ejemplifica esta actitud de éxito con la exaltación de los “emprendedores”, jóvenes, hombres y mujeres, que no se arredran ante las dificultades, que salen de sus zonas de confort y montan empresas que triunfan contra viento y marea. Por ejemplo, la revista Soy Enterpreneur nos recomienda en su artículo 5 cualidades que todo emprendedor debe tener que seamos apasionados, perseverantes, ingeniosos, de mente abierta y naturaleza de esponja. El autor se pone a sí mismo como modelo de comportamiento: “El emprendedurismo es mucho más que un trabajo de 9 a.m. a 5 p.m. No respiro sin pensar sobre el progreso de mis aspiraciones laborales. Si tienes una idea que quieres convertir en una realidad ¡hazlo! Nunca sabrás el resultado si no lo intentas.” Otra página de esta revista online nos dice que “la zona de confort es la zona de los que sólo observan y aplauden, no la de los ganadores”. La ecuación está clara: confort = fracaso, salida del confort = éxito.
Sin embargo, este discurso triunfalista del “emprendedor-triunfador” como modelo a imitar, especialmente dirigido a la gente más joven, muy a menudo omite el elevado porcentaje de fracaso que suponen muchas de estas salidas entusiastas de la zona de confort. En el informe de RedEmprendia Causas de fracaso de los emprendedores los autores afirman: “No es fácil tener datos sobre la supervivencia empresarial y, a veces, en función de las fuentes consultadas, los resultados pueden ser relativamente dispares. Pero la coincidencia general es que la proporción de pymes que cierran a los pocos años de su creación es abrumadora.” Por tanto, la promoción del “emprendedor” triunfante como modelo a seguir está abocada a llevar a la frustración y la vergüenza a una “abrumadora” mayoría de las personas que se dejen llevar por esa referencia.
Este discurso distorsionado del emprendedor y la zona de confort es además un discurso parcial y extremadamente individualista. Pone casi todo el énfasis en las cualidades personales del emprendedor y en cuánto está decidido a salir de su zona de confort, pero no suele recalcar otro tipo de valores como la construcción de redes de apoyo, el trabajo cooperativo, el intercambio o la ética profesional.
He escuchado a personas jóvenes contar cómo se sentían culpables por no sentirse capaces de hacer algo presuntamente atrevido, como conocer gente nueva, viajar a otro país o cambiar de trabajo. Se sentían atrapados en sus “zonas de confort” y, de una u otra forma, pensaban que la solución era forzarse a sí mismos a salir de ese confort, con un acto hasta cierto punto violento, como si conseguir las cosas que uno quiere fuera únicamente una cuestión de arrojo y de no hacer caso al miedo que uno siente. Creo que un enfoque más útil, y más terapéutico, es explorar por qué hay razones que nos hacen preferir, en una situación concreta, la zona de confort al movimiento de salida. Si hay miedo, ¿de qué nos está informando ese miedo? ¿Qué nos falta para poder dar el paso? ¿De qué manera podemos extender la zona de confort, la zona en la que estamos cómodos, para poder hacer más cosas sin llegar a sentir un riesgo excesivo? ¿Qué apoyos necesitamos para poder atrevernos a hacer cosas nuevas? ¿Qué personas nos pueden ayudar? ¿Qué pasos previos, quizá más cortos, tenemos que dar, para poder sentir suficiente solidez y soporte como para atrevernos a dar un paso largo?
El libro Terapia Gestalt de Perls, Hefferline y Goodman dice “La fe es saber, más allá de la consciencia, que si damos un paso más seguirá habiendo suelo bajo nuestros pies.” Para mí, la salida de la zona de confort, bien entendida, no es un mero acto temerario de arrojo personal. Yo creo más bien que pasa por el desarrollo de una fe comprendida de la forma que la entiende la Terapia Gestalt: ir asegurando, sintiendo, sabiendo, construyendo, la sensación de que podemos dar un paso más hacia lo nuevo y desconocido y el suelo seguirá estando ahí.