Hay dos sentimientos en particular que experimentamos como algo que nos anula: la culpa y la vergüenza. ¿Qué diferencia hay entre ellos?
Sentimos culpa cuando transgredimos lo que consideramos una norma que deberíamos cumplir. Los infractores de las leyes son culpables. Soy culpable cuando hago algo que no debería haber hecho. La culpa tiene que ver con la conducta, con lo que hago.
¿Cómo puedo dejar de sentir culpa? Hay varias formas. Por ejemplo, puedo concluir que transgredí la norma pero porque no tenía otro remedio. No había elección, y si no había elección no tengo una responsabilidad, y por tanto no tengo culpa. También puedo llegar a considerar que la norma no es justa, y por tanto si la transgredo no hago mal. Si considero que la norma no es válida, no hay culpa.
También puedo pagar por mi culpa, cumplir un castigo. Cuando cumplo con el castigo la culpa acaba. La sociedad proporciona formas de cumplir condenas (multas, castigos de prisión, etc.) Cuando alguien cumple su condena, la culpa acaba.
Otra forma más de acabar con la culpa es recibir el perdón de quien ha sido perjudicado por mi conducta. Es muy difícil que uno pueda “perdonarse a sí mismo”. En general, cuando eres culpable de haber perjudicado a alguien, es ese alguien quien te puede perdonar la culpa. Dificilmente te la puedes perdonar tú porque no te afecta solo a ti.
Sea como sea, la culpa tiene que ver con lo que he hecho. La vergüenza, sin embargo, no tiene que ver con lo que he hecho sino con lo que soy. Cuando alguien nos avergüenza nos hace sentir que no somos adecuados. Es un sentimiento más difuso pero no menos potente. Cuando estamos avergonzados nos inhibimos, nos queremos esconder bajo tierra. La culpa me dice “has obrado mal” y la vergüenza “eres inapropiado, no tienes derecho a ser quien eres”.
Hay una cierta vergüenza más llevadera que es la del sonrojo, la que sentimos cuando se nos nota el deseo o el entusiasmo. Pero hay otra vergüenza que nos paraliza y nos impide movernos. En cierto sentido nos protege reteniéndonos para nos pongamos en peligro de ser humillados, pero a menudo la vivimos más como una sensación horrible que como una protección.
Hacemos muchas cosas para no sentir vergüenza: modificamos nuestro cuerpo, nos compramos cosas caras, intentamos aparentar fortaleza y seguridad, y mil cosas más para impedir que los demás vean quienes somos, porque se nos ha dicho que quienes somos no es suficiente. Paradójicamente, la vergüenza nos ayuda a proteger nuestra dignidad, aunque el precio que pagamos es paralizarnos.
¿Cómo podemos dejar de sentir vergüenza? No es fácil. Es importante tener en cuenta que si sentimos vergüenza es porque alguien nos ha avergonzado. Si esa vergüenza ya no parece tener sentido, necesitamos restituir nuestra dignidad de otra forma y sentir que podemos decir a quien nos ha avergonzado “no tenías derecho a avergonzarme, tengo derecho a ser quien soy”.