Hablábamos el otro día una amiga y yo sobre su vivencia de la depresión. Ella cuenta que estar deprimida es de lo peor que le ha pasado. Nos venía una imagen muy potente: su experiencia de la depresión se parecía a estar metida en un laberinto de cristal. “Ves claramente dónde está la salida del laberinto”, me decía, “parece que está claro en qué consistiría estar bien y salir de la depresión. Todos te dicen que tienes que ir hacia eso, que te tienes que poner bien, estar contenta, hacer cosas, vivir la vida. Pero tiras a andar hacia ahí, hacia donde se supone que está la salida del laberinto y te empiezas a pegar con paredes invisibles. ¡No lo consigues! No consigues avanzar. Y nadie lo entiende, ni tú misma. Cada vez te sientes peor, tonta y ansiosa por no conseguir salir, cuando todo el mundo parece tener claro por dónde está la salida. Y cada vez te sientes más sola, más aislada en tu laberinto.”
Nos pareció a los dos que la imagen era muy reveladora. Describe muy bien la angustia que viven muchas personas deprimidas: una mezcla de impotencia, incomprensión y soledad. Describe también muy bien uno de los problemas de la depresión, que comparten otros tipos de angustias humanas: no se puede salir en línea recta. No funciona ponerse un objetivo -estar alegre, estar energético, disfrutar de la vida- y enfilar directo hacia él. Si puedes hacer eso es que no estás deprimido.
Para poder salir del laberinto de la depresión y de la ansiedad es necesario dar antes bastantes vueltas. Es necesario sentir dónde estás, cuál es la realidad, y sentir hacia dónde te es posible andar, hacia qué dirección no hay una pared de cristal que te impida el paso. A veces hay que alejarse de la salida para poder dar un giro y acercarse después. A veces hay que ir palpando las paredes, buscando los huecos, notando qué pequeños pasos te hacen avanzar, aunque sea solo un poco. Pocas veces hay soluciones rápidas y directas.
Es un mundo de paradojas. Para estar menos triste quizá no me funciona decidir estar contento, así sin más, ni siquiera esforzarme por estarlo. Quizá lo intento pero me doy con la pared de cristal. No lo consigo. Para estar menos triste quizá tengo que estar aún más triste, una temporada, hasta poder llegar a girar la esquina de la tristeza. Quizá necesito poder estar, además de triste, enfadado. O quizá, para tener más energía y poder estar más activo, no me funciona obligarme a salir a la calle, ni salir de fiesta los fines de semana. Quizá necesito concederme el permiso de descansar, de no hacer nada, de ser un vago. O quizá, para poder cumplir con mis obligaciones, necesito antes sentir que puedo no cumplirlas, que son elección mía, que no estoy atrapado en ellas. Y quizá muchas otras cosas diferentes.
Y repito todo el rato la palabra quizá porque no hay una receta que valga a todo el mundo. Cada laberinto es único. Cada experiencia es diferente. Como me explicaba mi amiga, solo empiezas a entender que puedes salir del laberinto cuando te decides a buscar tu propia forma de recorrerlo.