La comunicación con nuestros hijos: una forma de proteger o desproteger

“Te vas a caer, ¡te vas a caer! si haces eso ¡¡te vas a caer!!” Si pudiéramos mirar por un agujerito, como si no fuéramos nosotros… ¿cuántas veces al día le estamos diciendo esto a nuestros hijos? ¿y cuántas veces se cae? Podemos sustituir el “te vas a caer” por todo tipo de variantes sobre el mismo tema: “te vas a manchar, se te va a romper esto o aquello, ya verás como al final…” Quizá, el más obediente de nuestros hijos, por tal de hacernos caso, acabe cumpliendo nuestra catastrofista profecía, y nos dé la oportunidad de satisfacer nuestra necesidad de decir: “Si es que ya te lo había dicho yo”.

¿Qué ocurre con todas las veces que no se cae, no se mancha, no se le rompe ni esto ni aquello, o al final no pasa la catástrofe que vaticinábamos que ocurriría? Si lo vemos desde fuera, ¿no es un poco raro estar todo el rato esperando a que pase algo malo, enfadarnos porque pasa, y no alegrarnos cuando no pasa?

Nuestra forma de proteger a los niños a veces es muy extraña. Anticipamos la posibilidad de que exista un peligro. De alguna manera, parece que intentamos convertir esta posibilidad en realidad sentenciando con un “te vas a…” ya que tenemos una tremenda seguridad en que esto será así. Seguimos esperando el atroz acontecimiento. Y mientras esperamos que pase, nos estamos perdiendo todas las veces que nuestros hijos son capaces de hacer las cosas sin peligro, sin manchar, sin perder y sin destrozar nada.

Si nos ponemos en plan observador, algo tiquismiquis desde luego, y nos quedamos con la literalidad de lo que estamos diciendo, se me ocurren varios mensajes que estamos transmitiendo con esta forma de expresarnos, cuando nuestra intención es justo la contraria:

  • Por un lado estamos diciéndoles que ellos no pueden, que son torpes, porque 1 de cada 10 veces algo no sale como queremos. Las 9 de cada 10 veces que las cosas funcionan pasan al olvido. Con este mensaje ponemos en peligro la autoestima de nuestros hijos, ya que subrayamos y damos todo el valor a cuando las cosas no les  salen, casi negando la posibilidad de que nuestro hijo/a sea capaz de hacerlo bien, o si esto ocurre, ni siquiera nos detenemos a mirarlo.
  • Por otro lado está el mensaje: “has de hacer las cosas bien, pero no lograrás averiguar cómo es posible hacerlo de forma autónoma, porque cuando lo consigues, es gracias a que yo te lo he dicho”. Así, no permitimos que el niño pueda sentir que aprende (de sus errores y de sus aciertos), y que es capaz de encontrar soluciones para gestionar sus dificultades. Esta herramienta (estrategia de resolución de problemas) es necesario construirla basándose en el apoyo de mayores más hábiles en los que confía y además en la propia experiencia.
  • Otro mensaje que contradice lo que queremos decir y que nosotros mismos enviamos: “Hijo, hija: No te fíes de tu madre/padre, que se equivoca 9 de cada 10 veces (aunque ellos sólo vean la vez que aciertan). Seguro que no es tan peligroso ponerse al borde del precipicio. Tus padres siempre creen que te vas a caer y la mayoría de las veces no te caes”. Este tipo de interpretación es la que acaban haciendo muchos niños ante nuestros contradictorios mensajes ¿protectores?. Lo único que logramos con ellos es que dejen de escuchar nuestras advertencias.

Por tanto: realmente ¿les protegemos cuando hacemos esto? ¿colaboramos a su seguridad? ¿pueden confiar en que cuando decimos NO existe un peligro real? Si son niños que obedecen cuando los miramos ¿podemos estar tranquilos de que han entendido por qué han de tener cuidado y no saltarán al precipicio aunque no estemos vigilando?

Por supuesto, no se trata de no decir nada, ¡hasta ahí podíamos llegar! La comunicación entre padres e hijos es fundamental. Pero es muy importante que esta comunicación sea efectiva, realista, útil. Que transmita justamente lo que queremos decir, no precisamente lo contrario.

Quizá, si sustituimos el “te vas a…” por “ten cuidado cuando hagas eso que podrías…”, por un “¿necesitas ayuda?”, “¿te has asegurado de…?” o cualquier otra fórmula que se acerque a nuestro interés por evitar un mal mayor; si limitamos el número de indicaciones a aquellas situaciones en las que creemos que son imprescindibles y cuando las hacemos sólo las decimos un reducido número de veces; si estamos moderadamente cerca para recogerlos cuando se hayan caído y para en ese momento escuchar qué ha pasado (“es que no me he dado cuenta del escalón y me he tropezado”), antes de soltar un “te lo dije”, y si además somos capaces de que sean ellos los que lleguen a encontrar alternativas para no volverse a caer, entonces sí los estaremos protegiendo. Porque no siempre vamos a poder estar a su lado para avisarles de todo y hemos de encontrar la fórmula para que ellos “nos lleven” cerca cuando no estamos. Si confían en que lo que decimos lo hacemos por experiencia vivida, con la intención de protegerles y no por necesidad de mandar o ansiedad o inseguridad o falta de confianza en ellos, será entonces cuando probablemente tendrán en cuenta nuestros trucos y recetas. Y ellos son inteligentes. Nos observan y saben que alguien que falla en su pronóstico 9 de cada 10 veces, no está percatándose de que algo de la realidad no se está teniendo en cuenta.

Otras publicaciones

Crecer

Formas de crecer

Basado en pacientes reales “Nunca seré brillante”, “a este paso no lograré la excelencia, por

Todas las publicaciones »

Actividades

Psicoterapeutas

Centros