El vínculo paterno-filial

Nuestros primeros años de vida y la experiencia que en ellos vivamos sobre la vinculación y el apego con las figuras paternas serán vitales en la creación de nuestra identidad. Los padres son los primeros en reflejarnos la imagen de quiénes somos y cómo nos relacionamos. Por tanto, la relación que se establezca entre madre/padre-hijo sienta las bases de quienes seremos y cómo nos interrelacionaremos con el mundo y el resto de personas que nos rodean.

En mi manera de entender al ser humano y su proceso vital, creo que los primeros años de vida son cruciales para nuestro desarrollo, y marcan, aunque no inmovilizan, cómo vamos a estar en el mundo, es decir quiénes somos y cómo nos relacionamos. 
Es por esta razón que me parecen muy interesantes las aportaciones a la Teoría del desarrollo que hacen Daniel Stern y  Eric H. Erikson. Nombro también a otro autor que he leído para este trabajo, Boris Cyrulnik y sus estudios sobre el vínculo.

A este respecto, me gustaría citar a Erikson: 

“…cada escalón está fundado en todos los anteriores…cada maduración evolutiva (y la crisis psicosicial) de una de estas virtudes da nuevas connotaciones a todos los estadios ‘inferiores’ ya desarrollados, y también a los superiores aún en desarrollo”.

En esta cita yo veo lo que decía en el primer párrafo, cómo cada situación es constitutiva y constituyente de nuestro desarrollo, modificando las experiencias ya pasadas y las venideras. A la vez que lo ya sucedido puede modificarse, el significado que se le otorga, con las experiencias futuras.

Bajo esta premisa, entiendo que los trastornos de la identidad y el vínculo se gestan en nuestros primeros años de vida, en nuestras relaciones interpersonales. Esto no quiere decir que, si en nuestra infancia no hemos tenido un buen vínculo y apego con nuestros padres, está todo perdido. Estudios demuestran que si en la adolescencia encontramos a una figura que pueda cubrir nuestras necesidades afectivas, el escollo de la infancia puede salvarse.

En este trabajo nos centraremos en lo que sucede en los primeros años de vida. Daniel Stern realizó interesantísimos estudios de cómo interactuan madre y bebé que nos ayudan a entender qué sucede o no sucede en nuestros primeros años que marca nuestras relaciones futuras.

Cuando el bebé nace no cuenta con un lenguaje verbal ni con la capacidad comprensiva para entender lo que decimos, así, su manera de comunicarse y entender el mundo es sensitivamente, es decir, cómo percibe su entorno.

Durante nuestros primeros meses de vida aprendemos a interpretar el mundo bajo el código del lenguaje no verbal, es decir, el tono de voz, la tensión-relajación de los brazos que nos acogen, la cantidad de veces que interactuan con nosotros y cómo… todo esto es lo que nos da información de lo que sucede a nuestro alrededor.

A la vez, nosotros sólo podemos comunicarnos mediante el llanto para expresar nuestra necesidad y es nuestro cuidador quien ha de interpretar estas señales y transformarlas, darle un sentido y un significado (Función Personalidad), no sólo saciando nuestra necesidad (F. Ello) sino también cuidando la manera en cómo lo hace.(F.Ego). Durante este recorrido, el bebé va pasando por las tres funciones del Self, empezando a crear experiencias sobre ello.

En esta etapa y primeros años, es muy importante cómo se establece el contacto físico con el bebé: mirarlo cuando se tiene en brazos y alimenta, el grado de tensión-relajación cuando lo mecemos, la postura que se adopta… todo ello favorece o dificulta el apego y, por tanto, el vínculo que se crea entre padres-hijo, hermano-hermano, abuelo-nieto, etc. que luego afectará a las relaciones sociales.

De esta manera, el bebé está aprendiendo a relacionar su mundo interior con el exterior, a la vez que aprende modelos de relación con el cuidador, que con el paso de los años se extenderá a sus relaciones con otras personas.

Un ejemplo de esto es cómo el bebé aprende a etiquetar como hambre todo aquello que siente si el cuidador no es capaz de prestar atención y esperar el tiempo suficiente para interpretar el llanto como hambre. Con el paso de los años, la persona puede identificar toda sensación en el estómago como hambre, desarrollando  bulímia, al no saber que existen más significados que hambre.

Del mismo modo, los sentimientos y afectos que estén presentes en el cuidador, afectarán al bebé y su desarrollo.

Sobre los cuatro meses y medio de vida, el bebé comprende que existe una danza entre él y su entorno, que ambos se afectan, uno impacta sobre el otro y viceversa.

A mis ojos, este es un periodo importante, donde descubrimos que nuestros actos tienen consecuencias, por tanto, acumulamos experiencias que nos guiarán en nuestros encuentros sociales. Aprenderemos a cómo responder y hacer en determinadas situaciones, creando hábitos y automatismos.

¿Qué quiere decir esto? Que registramos en nuestra experiencia si nuestro entorno reacciona mal a ciertos actos que realizamos y, por tanto, es posible que inhibamos respuestas, coartando nuestra libertad de expresión; o, si somos atendidos y estimulados ante ciertas conductas que realizamos, tenderemos a repetirlas.

Sobre los doce meses de vida aparece un nuevo hitoimportante, descubrimos que tenemos mentes separadas y que pueden compartir o no ideas. 

Descubrimos que tenemos todo un mundo interno que el otro no conoce a menos que se lo desvelemos, un mundo lleno de deseos, intenciones, sentimientos, pensamientos…

El bebé descubre que los padres saben lo que él quiere y que el bebé conoce esta nueva capacidad.

Esto implica que pueden “leer” la mente, las intenciones, y, con ello, manipular al otro. Aprenden a mirar a los padres ante situaciones novedosas para ver cómo reaccionan ellos, aportando información de cómo debe comportarse él.

Es en este periodo donde entran en juego las neuronas espejo, que nos permiten anticipar lo que creemos que va a pasar, así como el inicio de la empatía, ya que el bebé es capaz de ponerse en el lugar del otro para intentar adivinar lo que puede pensar, sentir …

A los 20 meses de vida se produce un nuevo hito que cambiará la vida del niño, el lenguaje. Con él aprenderá sus ventajas y desventajas, podrá escuchar un “no” a su petición.

Gracias a la palabra, aprenderá a diferenciar temporalmente, es decir, es capaz de separa el tiempo en presente, pasado y futuro; así como la manera de compartir su mundo interno.

Con el lenguaje descubre que no puede expresar bien lo que siente, y es aquí donde los padres juegan un papel vital: los padres empáticos ayudarán al niño a encontrar las palabras que mejor describan su experiencia, sin imponer su visión, tan sólo transformando lo sentido en palabras, reflejando lo que ven.

Por el contrario, si los padres no son capaces de acoger las experiencias del niño y las niegan, crearan en el un terrible conflicto, pues el niño habrá de decidir si se queda con sus sensaciones reales, con lo que tiene que negar a los padres, o acepta lo que los padres dicen y renuncia a sus sensaciones, produciendo una ruptura con toda la parte emocional.

Este es un conflicto peligroso que implica separar experiencias, desconectarlas, se interrumpen los procesos de asimilación e integración, algo muy desestructurante que puede llevar a trastornos límite de la personalidad y psicosis.

Algo parecido sucede en la siguiente etapa, cuando el niño tiene 4 años, ya que a esta edad es capaz de hablar de sí mismo y sacar conclusiones y sentido a la experiencia vivida que le ayudará a crear su relato autobiográfico para contárselo a otros.  Es decir, cuando la Función Personalidad adquiere su forma verbal. En estas etapas se organizan las formas de relación que, la persona, tenderá a desarrollar con el mundo y consigo mismo: el aspecto que tiene el Self de la situación.

En todo este proceso es vital el vínculo y apego que se cree entre padres e hijo, ya que es mediante esto que uno mismo se forma su imagen, su idea de sí mismo, su identidad.

Bowlby y Ainsworth estudiaron y desarrollaron distintas modalidades de apego con sus respectivas consecuencias futuras: 
Un apego seguro garantiza que el niño tendrá confianza (El ello + sensación de seguridad organiza un pre-contacto claro) en sí mismo y en los demás. Los padres eran receptivos (la F. Ego no interrumpe el proceso de contacto y este aquiere creatividad) y el niño aprendió que estarían con él ante cualquier adversidad. Es y será capaz de sentir y expresar sus sensaciones y emociones, poder nombrarlas y, con ello, poder hacer lo que necesite y sea mejor para él.

Un apego inseguro creará dependencia con los padres, el niño no será capaz de reconocer sus verdaderas necesidades, sino que asumirá lo que los demás quieran para él (introyección/introyectos), siendo influenciable y sin un criterio propio que pueda defender ante los demás. Esta modalidad se subdivide en 3: ansioso, busca la intimidad con el otro pero teme ser rechazado o desvalorizado; evitativo, otorga importancia a la autorealización y autoconfianza a costa de perder la intimidad con los otros, tienen a desvalorizar la importancia de los vínculos como una manera de defenderse de ellos; y temeroso, que desea intimar con el otro pero, a la vez, desconfía de los demás, por lo que evitan involucrarse sentimentalmente, son muy dependientes y temen ser rechazados.

En el apego inseguro, los cuidadores no mostraron un mismo patrón de respuesta, es decir, que unas veces respondían al llanto del bebé y otras no, se mostraban indiferentes ante él, no le mostraban afecto, lo maltrataban física, verbal o psicológicamente, no interactuaban con él…

Si la inseguridad es la atmósfera del vínculo, entonces, se paraliza la comunicación y el aprendizaje, presenciamos una Gestalt fija, estática y no dinámica que impide un ajuste, activo y creativo, a la realidad. Aquí podemos decir que los vínculos inter e intra personales son disfuncionales, la función personalidad adquiere un carácter rígido y controlador para compensar una fragilidad interna (obsesiones, por ej.). La desintegración y  la desestructuración amenazarán  tanto los vínculos como la personalidad (fobias, crisis de angustia etc,).

Todo esto viene a decirnos que el niño, cuando nace y en sus primeros años de vida, vive en total fusión con los padres, pasando luego por fases de  control y juegos de poder. Cómo los padres manejen estas etapas marcarán al niño en sus futuras relaciones sociales y, por ende, en su identidad.

Es importante tener presente que los padres son el primer espejo del niño, quienes van a darle y reflejarle la imagen que tendrá el mundo de ellos, cómo se espera que se comporte, sienta, exprese… intentemos darle una imagen sin limitaciones.

BIBLIOGRAFÍA:

Cyrulnik,B. 2005. Bajo el signo del vínculo. Una historia natural del apego. Barcelona, Gedisa, 2008.

Erikson, E.H. 1997. El ciclo vital completado. Edición revisada y ampliada. Barcelona, Paidos, 2000.

Stern, D. N. 1990, 1998. Diario de un bebé. Barcelona, Paidós, 1999.

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