“El hombre que no deberíamos ser” es un reciente ensayo de Octavio Salazar sobre el modelo de masculinidad que hay ahora mismo en nuestro entorno, y los tremendos problemas que genera y que hace años que están siendo denunciados por el movimiento feminista. Es un librito breve y contundente, dirigido sobre todo a los hombres, en el que Salazar reflexiona sobre el papel que hemos tenido los varones y que tenemos en la sociedad actual. Esta sociedad “patriarcal”, centrada en la figura del “patriarca”, nos ofrece a los hombres convertirnos en patriarcas como única posibilidad de hacer “lo que se espera de nosotros”: poderosos, invulnerables, controladores, violentos; nos hemos de asegurar una posición de superioridad, especialmente respecto a las mujeres; no podemos mostrar nuestra vulnerabilidad, nuestra ternura, nuestra capacidad de cuidar a los demás, o nuestra capacidad de construir emocionalmente en un régimen de igualdad. Salazar denuncia, como lleva haciendo décadas el feminismo, los estragos que crea esta ideología, que hace que la mitad de la población –la masculina– se tenga que definir mediante la dominación de la otra mitad –la femenina–, y que legitima el abuso y la desigualdad en muchos otros planos –el racismo, el desprecio de las minorías, la depredación de la naturaleza o la violencia en la política. Es una punta de lanza de las ideologías de la separación, de las mentalidades “O”, que definen el mundo en términos de “o nosotros o ellos”. El movimiento feminista está siendo una punta de lanza de la integración, de la mentalidad “Y”: “nosotros y ellos”, “nosotras y nosotros”, “el ser humano y el planeta”.
Por otro lado, soy consciente de que Salazar no dice gran cosa en su libro que no hayan dicho ya muchas mujeres feministas. Me da reparo de que parezca que ahora, como lo dice un hombre, sí le doy un peso como para escribir una reseña. Me pregunto si haciendo esto –comentar un texto escrito por un hombre cuando no he comentado (aunque sí leído) textos escritos por mujeres– incurro también en un micromachismo. No estoy seguro, pero tampoco lo descarto. Ni lo debería descartar. Las mentalidades aprendidas son muy insidiosas y no se van así como así. Si queremos cambiarlo hay que poner consciencia en ello. Para mí la novedad del libro no es tanto lo que dice, como el hecho de que sea un hombre el que lo dice haciendo propias las reivindicaciones del feminismo, y haciendo una llamada a los hombres para que las asuman como propias. ¡Porque lo son! El feminismo no es solo una cosa de mujeres. Es más habitual –en los últimos tiempos, ¡por fin!– encontrar textos que hablan de lo que pierden las mujeres en la sociedad patriarcal, y menos frecuente, pero creo que también necesario, encontrar textos que hablan de lo que perdemos los hombres. Porque todos perdemos, y la razón de ser de todo esto es conseguir caminar juntos hacia una sociedad en la que todos vivamos mejor, entre nosotros y con el planeta. Como hombre, y como psicoterapeuta que trabajo con hombres y con mujeres, me concierne el sufrimiento que nos inflingimos unos a otros, y día a día puedo comprobar que los modelos de masculinidad y feminidad que aprendemos son, ahora mismo, una de las fuentes de sufrimiento y desencuentro más grandes que nos afectan. Tanto a mujeres como a hombres.