El enganche. Cuando no acabamos de soltar

Me planteo cómo seguir adelante cuando se acaba una relación de pareja. Más concretamente, cómo recuperarnos cuando es el otro el que nos deja. Y vaya, no es un tema fácil. Las relaciones de pareja son una de las mayores fuentes de gozo que tenemos las personas, pero también de sufrimiento. Como dice un soneto de Lope de Vega:

Creer que el cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es amor! quien lo probó lo sabe.

Pues sí, quien lo probó lo sabe. Muchos sabemos cómo las cosas del amor y del desamor nos pueden volver muy locos y cómo pueden conseguir que todo en nuestra vida gire a su alrededor… incluso más allá del final de la relación. A veces, cuando una relación acaba, sobre todo cuando es el otro el que la termina, seguimos “enganchados” a lo que pasó, a lo que hubo, a lo que aún podría haber. Salir de ahí nos puede llegar a costar incluso más tiempo del que duró la propia relación.

¿Qué hace que sea a veces tan difícil seguir adelante? Explicarlo en cuatro párrafos sería simplificar de más. Las situaciones vitales son muy complejas y cada persona en cada relación puede sentirse de formas muy diversas, por muy diversas razones. No hay una regla general aplicable a todo el mundo, ni para entrar en una situación de enganche ni para salir de ella. Aún así, intentaré dar un par de ideas que creo que pueden ser útiles para entender el sufrimiento que se experimenta cuando se acaba una relación.

Una pareja es un proyecto que abarca muchas cosas. Compartimos con esa persona, o aspiramos a compartir, muchos de los ámbitos más íntimos de nuestra vida. Esto puede incluir la sexualidad, el hogar, los hijos, el trabajo, las amistades, las aficiones o las relaciones familiares. Cuando una pareja acaba, este ámbito compartido desaparece o como mínimo ha de transformarse, y la expectativa que teníamos de ir compartiendo más áreas de nuestra vida y nuestras emociones se viene abajo. Experimentamos una pérdida de algo que había, pero también de algo que podría haber sido pero nunca llegó a ser. Si nos podría haber ido mejor nunca lo sabremos.

Ante las pérdidas los seres humanos experimentamos procesos de duelo. Necesitamos una retirada del mundo, en la tristeza y el dolor, para poder rehacernos y reorganizar nuestra vida. ¿Quién soy yo ahora que el otro no está?, nos decimos. Cuando la otra persona fallece vivimos lo que que se conoce estrictamente como duelo. Sin embargo en otras situaciones entramos en procesos parecidos, situaciones que implican también integrar una pérdida.

Cuando nuestra pareja nos deja perdemos algo. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa cuando una persona querida muere, la persona que nos deja sigue estando ahí. Puede seguir estando de varias formas: puede pedirnos que sigamos “como amigos”, podemos seguir compartiendo con ella amistades, hijos, el lugar de trabajo o un espacio físico. ¿Cómo integramos “la pérdida”, entonces? ¿Qué hemos perdido exactamente? ¿Es que ya no nos acostamos juntos pero todo lo demás sigue igual? ¿Es que nos seguimos acostando pero damos por perdida la esperanza de compartir más cosas, de que esto sea un proyecto vital? ¿Es que ahora no quieres estar conmigo pero debo mantener la esperanza de que algún día sí quieras? ¿Es que hay algo que yo pueda hacer para que cambies de idea?

Una muerte es terrible, sin duda, pero en cierto sentido es una situación clara: el otro ya no está, no hay más que hacer, no hay vuelta atrás. Una separación no es tan terrible. Sin embargo puede ser mucho más confusa. Cuando el otro fallece no hay elección posible. Cuando el otro nos deja, nos deja toda una serie de decisiones que no tenemos más remedio que afrontar más pronto o más tarde: cuánto quiero seguir compartiendo, cuánta esperanza quiero conservar, cuánto de esta separación es también decisión mía y no solo del otro.

Las personas tendemos a ver las cosas en bloque. Si con esta persona experimenté una serie de cosas que me hicieron feliz (cariño, sexo, compañía, complicidad, seguridad…) es fácil pensar que si esta persona no está conmigo yo no podré volver a sentir todas estas cosas nunca jamás. Porque creemos que es el otro el que nos hace sentir eso. Sin embargo, aunque las parejas vienen para enseñarnos que somos capaces de sentir, la capacidad de sentir es nuestra. Las parejas se pueden ir pero nuestra capacidad de sentir se queda con nosotros. “Contigo sentí por primera vez la pasión, la seguridad, la complicidad, la comprensión… lo que sea. Y ahora te vas, pero yo sé que eso existe y soy capaz de sentirlo. Si no es contigo será con otra persona.”

Ésta es una de las decisiones difíciles que tenemos que tomar cuando nos dejan: qué nos quedamos de la relación y qué soltamos. No va todo en bloque, no es que contigo soy feliz y sin ti un desgraciado. Puedo decidir quedarme con lo que me ha nutrido, lo que me ha hecho crecer, lo bueno. Y puedo rechazar lo que me hace mal. Cuando nos dejan y seguimos enganchados nos cuesta ver que en realidad podemos decidir. Cuando por fin podemos verlo y por fin tomamos una decisión, el enganche acaba.

Este artículo fue publicado en la revista Hunter, en su número 1.

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