Desde bien pequeños recibimos la influencia de los seres que nos rodean y de las experiencias que vivimos. Unas veces serán situaciones/relaciones agradables y otras no tanto, lo que sí que ocurre siempre es que nos van construyendo y van forjando quienes somos. Cada día de nuestra vida nos vamos modificando, según lo que vamos viviendo.
Por eso, no hay dos personas iguales, ya que no es posible que dos personas reciban exactamente el mismo tipo de estímulos y experiencias (en situaciones fuera de “laboratorio” al menos no es posible, y dentro de laboratorio serían maquiavélicas, aunque este no es el tema de este artículo). Como ejemplo, podemos pensar en cómo muchos padres se preguntan, al observar lo diferentes que son sus hijos “No lo entiendo, ¿cómo es posible que sean tan distintos si los hemos educado igual?” ¿De verdad la cara de sorpresa al dar el primer paso su primer hijo es la misma que al dar el primer paso su cuarto hijo?, ¿de verdad ha sentido tanta intranquilidad la primera vez que su primogénito enfermó levemente, que cuando lo hizo cualquiera de los siguientes (en igualdad de levedad, se entiende)?
Otros ejemplos que nos ayudan a entender que estamos en contínuo cambio es pararnos y reflexionar, ¿deseamos igual el segundo trabajo que tenemos en nuestra vida laboral que el primero?, ¿amamos con la misma intensidad a una pareja que a otra?, ¿reímos lo mismo con el mismo chiste en una ocasión o en otra?, ¿saludo todos los días con las mismas ganas a los vecinos con los que me encuentro?…
Esto hace de la psicología humana la parte para mí más bella. Todos somos especiales, es difícil encontrar dos reacciones idénticas. Incluso es difícil encontrar reacciones idénticas en nosotros mismos. Explorar y dar sentido al por qué y para qué de cómo estamos en cada instante es la vía para encontrar la tranquilidad y el bienestar.
Pero, ¿por qué a veces nos sentimos tan confusos, tan perdidos? Vivimos en la era de la inmediatez. Todo tiene que ser para ¡ya!. No dejamos reposar lo que sentimos. No usamos nuestras emociones de forma adecuada, como portadoras de información sobre lo que necesitamos, sino que intentamos ¡¡controlarlas!! ¿Quien nos ha engañado diciendo que la felicidad está en el control? ¿de verdad somos más felices cuando está todo controlado? No recuerdo yo así mis más sonoras carcajadas, rodeadas de control y comedimientos.
Desde luego que cuando sentimos que la vida es una montaña rusa y todo sube y baja muy deprisa, podemos sentir desasosiego. Pero sentir la calma por estar “haciendo fuerza” para que pare la vagoneta de la montaña rusa, es cansado, incluso a veces agotador y nos quema la energía. Ansiedad, depresión, angustia vital… todas ellas se nutren de nuestra falta de energía, que a veces derrochamos intentando mantener el control, antes de haber entendido qué ocurre.
Entenderemos mejor quienes somos y cómo estamos si nos permitimos tomarnos el tiempo para ello. Sin luchar para conseguir ganar la batalla a lo que está pasando, sino adoptando una postura de curiosidad y deseo de entender qué pasa antes, mucho antes de intentar dar las soluciones o respuestas a lo que ocurre. Permaneciendo unos instantes al menos en la verdadera ambigüedad de no saber qué pasa. No podemos tener inmediatez como respuesta a todo. Si sentimos desazón, no nos va a ayudar a evitarla jugando al Candy Crash para desconectar (lease tomar dos copas para olvidar) ni hacer la búsqueda “desazón matutina” en google. Con esto podemos sentir alivios momentáneos, pero no la certeza de sentir que entiendo, acepto y vivo lo que me está pasando con paz y tranquilidad.