Cuando nace nuestra primera hija o hijo, nos transformamos, dejamos de ser aquella persona que éramos unos instantes antes del nacimiento y no hay vuelta atrás.
Es curioso cómo de rápido se produce el cambio y el desafío que se nos presenta: la persona que éramos se ha desvanecido y nos encontramos ante el reto de construirnos desde cero, desde una situación en la que no tenemos experiencia previa.
A menudo, este proceso nos supone un duelo del que nos cuesta ser conscientes y requiere cierto tiempo aceptar. Intentamos ser como antes y no lo conseguimos, ese yo ya no está, ya no existe. Todo deja de tener el sentido conocido y nos encontramos perdidos en un mundo que en apariencia es el mismo, pero no lo es.
Es una vivencia extraña, la persona se siente agotada a la vez que consigue sacar fuerzas sobrehumanas, dormir, descansar poco y dar más allá de lo que creía era su 100%.
Ya no somos las y los mismos profesionales, amigos, pareja, hijos e hijas... ya no somos capaces de hacer todo aquello que hacíamos, nos sentimos impotentes por no llegar a todo lo que antes sí conseguíamos. Y, en esos momentos, no podemos ver que hemos cambiado nuestro ritmo por el de nuestro hijo e hija. Hemos dejado de ser nuestra prioridad para otorgarle ese lugar a otra persona.
La frustración, el sentimiento de pérdida, en definitiva, el duelo por el que estamos atravesando, nos impide ver que nos hemos transformado en otra persona, en una versión mejorada de nosotros mismos.
Aprendemos nuevas capacidades a una velocidad vertiginosa, nos volvemos personas más creativas , más pacientes y tolerantes, más empáticas, nos esforzamos más por entender el mundo de la otra persona, una persona que se expresa en otro lenguaje, distinto al nuestro y que a menudo nos cuesta descifrar. Todo un bagaje que nos va transformando y nos acompañará en el resto de situaciones y relaciones que establezcamos a partir de ahora.
Estamos tan perdidas que no conseguimos ver el proceso que estamos haciendo y, tan solo tenemos claro que algo dentro de nosotros ha cambiado.
Y... es cierto, hemos cambiado, como cambiamos con cada experiencia, con la diferencia que esta es una de esas contadas experiencias que nos hacen ser mejor personas.
Y será un proceso en el que estaremos inmersas toda la vida, cambiando y adaptándonos a cada fase por la que atraviese nuestro hijo o hija y/o con la llegada de nuevos descendientes.
Como digo a las personas que vienen a terapia por encontrarse en este proceso: “La crianza y nuestro cambio es una carrera de fondo, no un sprint”.
Os damos la bienvenida a la aventura de ser padres y madres.