Este último mes he estado dándole vueltas a qué he aprendido yo de las diferentes parejas que he ido teniendo a lo largo de mi vida. También le he estado preguntando a gente a mi alrededor. Algunas personas se sorprenden y me piden que explique mejor a qué me refiero. “Aunque una relación haya sido un desastre algo habrás aprendido de ella, ¿no? Y si una relación es buena, más aún. ¿En qué eres diferente? ¿Cómo has cambiado con esas relaciones? ¿Qué te ha servido de esas experiencias?” Os recojo aquí algunas de las respuestas.
Elena, pensando en parejas anteriores, se da cuenta de que a veces no vemos la realidad de la persona con la que estamos, o la otra persona no nos ve a nosotros. Es decir, estamos con quien nos imaginamos que es, no con quien es de verdad. Le vemos cualidades que no tiene, ignoramos las cosas que nos molestan de él o ella, y maquillamos la realidad a nuestro antojo para que se parezca a lo quisiéramos que sea. O la otra persona hace eso con nosotros. O ambos a la vez. “Yo no soy quien tú quieres que sea”, o bien, “tú no eres quien a mi me gustaría que fueras.” Darse cuenta de esto, me dice Elena, es una de las cosas más útiles que aprendió de relaciones que no salieron bien.
Raúl me habla de lo que ha aprendido con respecto a sus propios límites, tanto con relaciones anteriores como con su pareja actual. “Yo no sabía el aguante que tenía para según qué cosas”, dice, “¡o las tragaderas!”. Me cuenta relaciones del pasado en las que tuvo que aprender a decir basta y cuánto le ha servido. “Me creía eso de que ‘el amor lo cura todo’, y de eso nada, sobre todo con la idea del amor que tenía yo , en plan ‘toíto te lo consiento’. Me pensaba que si me callaba las cosas que no me gustaban todo mejoraría y que el otro cambiaría por la fuerza de mi cariño. Me fui dando cuenta a palos de que eso no servía para nada. Ni la otra persona estaba mejor ni yo. Ahora he aprendido que no solo quiero ‘amor’, también quiero respeto, escucha, generosidad, diálogo… muchas otras cosas.”
“Yo en las parejas prefiero ser el que quiere menos”, me dice entre risas Chris, un amigo belga, con un tono bastante irónico. “¡He sido varias veces el que quiere más y acabo sintiéndome fatal!” Se pone más serio y me cuenta cómo ha ido aprendiendo que, por muy enamorado que uno esté, las relaciones se van construyendo poco a poco, con pasos que tienen que ir dando los dos a la vez. “No vale eso de ‘me doy al cien por cien’ sin tener en cuenta qué hace el otro. Yo me doy si el otro se da, y el otro se da si me doy yo. En esto no sirve intentar ser el que más corre. Si corres mucho al final te quedas solo. Es una cosa de dos.”
“A la tercera pareja que tuve que terminaba también como el rosario de la aurora”, me dice Alex, “empecé a sospechar que algo debía hacer yo para que esto acabara siempre así. ¡Era demasiada casualidad que las tres personas se parecieran tanto entre ellas!” Alex empezó a ver cosas en común en las historias de sus relaciones. Había patrones que se repetían: el tipo de persona, qué veía en ellas, qué relación establecía. “Me buscaba siempre a personas a las que admirar. Y, claro, acababa encontrando personas que necesitaban ser admiradas continuamente. Al principio de la relación todo iba de cine, pero en cuanto pasaba un tiempo yo empezaba a perder algo de esa admiración y, sobre todo, me iba lanzando poco a poco a expresar mis propias opiniones. ¡Y entonces me dejaban! No entendía nada.”
Fer me dice algo curioso: “Una cosa que he ido aprendiendo es cuánto soy capaz de querer a alguien, y en qué consiste eso de querer. ¡Es que no es evidente! Para mí eso del amor era algo que veía en las películas, no era algo que yo conociera en primera persona. Yo conocía el sexo, pero el amor me parecía una ñoñería, o como mínimo algo lejano e incomprensible. Nunca me hubiera imaginado que podía sentir todo lo que he llegado a sentir con mi pareja actual. ¡Yo no sabía que todo eso estaba dentro de mí!” Le pregunto que a qué se refiere y me habla de emociones que siente en su propio cuerpo. “Yo pensaba que la expresión ‘llevar a alguien en el corazón’ era una metáfora, ¡pero es que lo notas en el pecho de verdad! Y cuando te preocupas por el otro te tiembla el cuerpo entero, y cuando te sientes querido te recorre algo como por la espalda…” Entonces, le pregunto, ¿qué le dirías a tu pareja que has aprendido a su lado? “Pues aunque suene cursi”, responde Fer, “le cantaría un bolero, ese que dice: Contigo aprendí… que existen nuevas y mejores emociones.”
Este artículo fue publicado en la revista Hunter, en su número 3.