Cada vida merece ser una novela… y toda novela tiene un final

El duelo

Desde que nacemos y aprendemos a hablar nos cuentan historias sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Cuando somos niños nos cuentan cuentos. Con Caperucita nos enseñan a ser obedientes y a no salirnos del camino. Contándonos sus historias, nuestros padres nos hablan de quiénes fueron sus padres, quiénes son ellos y quiénes esperan que seamos nosotros. Y en este escuchar historias vamos eligiendo, más o menos conscientemente, si vamos a cumplir esas expectativas o no.

Conforme vamos creciendo nos convertimos en los contadores de nuestras propias historias, historias que han sido creadas y transformadas por nuestra propia experiencia.

Este hecho de narrar siempre incluye a alguien que cuenta y a alguien que escucha, y este relato va cambiando con el tiempo, la memoria y las personas a quienes lo contamos. Paso a paso, vamos eligiendo qué explicamos a nuestros compañeros, a nuestros hijos, a nosotros mismos, sobre cuáles son nuestros deseos y qué queremos en la vida. Esto que contamos y nos contamos es lo que va construyendo nuestra identidad, nuestra idea de nosotros mismos. 

Esta idea de nosotros mismos se va tejiendo con el hilo continuo de nuestra memoria. Ése a quien llamamos “yo” es quien recordamos como el protagonista de nuestra historia: ese niño que dormía cogido de su almohada, que llegó al colegio de la mano de su hermano, que tuvo hijos y que ahora quiere llegar a ser abuelo. 

Necesitamos que esta historia que es nuestra vida sea un relato, como una novela, que podamos comprender y explicar.

Es por esta necesidad que los acontecimientos que rompen este hilo nos hacen tambalearnos y sentir que no podemos seguir adelante. Uno de los acontecimientos que pueden producir este efecto es la pérdida de un ser querido. A lo largo de nuestra vida hay algunas personas que conocen muchas de estas historias que contamos, personas que son personajes de nuestras historias, y que tienen su propia historia de la que somos partícipes y en la que tenemos papeles principales. Sus historias y nuestras historias se mezclan, se entrelazan y se pertenecen. Cuando perdemos a alguien que ha formado parte importante de nuestra vida sentimos que algo nuestro desaparece, que la vida tal y como la conocimos ha terminado. La continuidad de nuestra historia se rompe. De alguna forma, dejamos de ser quienes éramos. 

En algunos casos, volver a recuperar la propia vida supone todo un trabajo de reconstrucción de la propia identidad. El trabajo del duelo consiste en reescribir nuestra historia y, con ella, nuestra identidad, en recordarnos quiénes fuimos y en poder desear seguir siendo. Es muy importante que podamos contar, una y otra vez, quiénes éramos y qué hemos dejado de ser, cómo ha sido nuestra pérdida, pero también todo eso que nuestro ser querido escribió en nuestra historia y que no cambiará, porque ya forma parte de nosotros. Desde el día en que nos descubrió un nuevo plato, que ahora seguimos comiendo, hasta el hábito de caminar por la playa todos los domingos. Algunas de esas cosas no las volveremos a hacer porque nos duelen, pero otras las seguiremos haciendo porque es la forma en que ellos siguen vivos en nosotros. 

Durante un tiempo del proceso de duelo nos repetimos las mismas historias una y otra vez, hasta que, poco a poco, podemos empezar a contar una nueva y, al principio, muy pequeña historia, que podemos incorporar a la anterior. 

Cuando de niños nos contaban un cuento y éste se acababa, nos decían: “colorín, colorado, este cuento se ha acabado.” Cuando gritábamos: “¡otra vez, otra vez!”, negándonos a aceptar el final, volvían a contarnos el cuento o comenzaban otro nuevo.

Otras publicaciones

Respirando la vida publicación de Begoña De Estevan en Terapiados Valencia

Respirando la vida

¿Qué recibo con cada inhalación?, ¿Qué suelto cuando exhalo? Prestar atención a nuestra respiración puede ser interesante para darnos cuenta cómo estamos respirando la vida.

Todas las publicaciones »

Actividades

Psicoterapeutas

Centros